Lo confieso: he sido muy fan del anuncio del Atlético de Madrid en el que un niño preguntaba a su padre por qué eran del Atleti. También soy adicta a los spots del Estudiantes, por poner un ejemplo (la última ocurrencia de sentarlos en los escaparates de la calle Serrano para publicitar la vuelta al Palacio de Deportes es de traca). Pero me afirmo y me reafirmo antimadridista. Ni del Barça ni del Villalbina, antimadridista a secas. No sé muy bien por qué; tal vez el haber nacido en provincias marca las distancias y ves las cosas con perspectiva. La imagen que proyecta el equipo merengue más allá de los aledaños del Bernabéu es la de un equipo chulesco, como de nuevos ricos, donde prima (qué palabra más bonita para hablar de fútbol) el dinero por encima del sentido común.
Tampoco es que sus directivos hagan mucho por potenciar los aspectos amables de la entidad. Imagino que lo hará entre sus socios y aficionados, pero no entre quienes somos ajenos a la gran maquinaria blanca. Y luego está el punto macarra de sus jugadores, un asunto nada baladí. Esa soberbia con la que se pasean por campos, discos y playas les hace flaco favor ante los ojos de quienes no somos afectos a la causa.
Que sí, que ya lo sé, que el Real Madrid es más que un club, que es un sentimiento y bla, bla, bla... Pero lo mismo se podía decir del Getafe o del equipo de Aljaraque, si lo hay. Cada uno lleva sus sentimientos como quiere, y los odios y los amores son propiedad privada. Igual que nadie me puede convencer de que sienta una afecto hondo por Brad Pitt, espero que a ninguna persona se le ocurra intentar meterme en la sesera la idea de que mi deber es sentir amor ciego (o mera complacencia) por el Madrid, por sus jugadores o su entrenador. Lo mío es cuestión de piel. Como también lo es el que no consiga ver al Real como equipo, sino como 11 estrellonas paseándose por el campo y alguna más reposando en el banquillo. Para mí el sentimiento de equipo es otra cosa. La diferencia entre el Barça y el Madrid es la misma que veo entre Nadal y Fernando Alonso. Juzguen ustedes mismos.
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