Ayer aconteció en Madrid un suceso que ocupó sitio hasta en los informativos más sesudos: aproximadamente un centenar de maromos de buen ver se aposentaron en la acera de una importante calle de la capital con el torso descubierto y los jeans apretados, para regocijo de toda fémina (y algún macho) que pasaba por allí. La excusa era promocionar una tienda de camisetas (cuando presenten una de calzoncillos abogo porque se muestren con el culo al aire) y la jugada les salió redonda... de no ser porque nadie mencionó la marca patrocinadora (era Abercrombie & Fitch, por cierto), sino el inusitado hecho de tanto buenorro suelto por ahí.
Atendiendo a las ojipláticas damas y damiselas que se paraban a contemplar del espectáculo, deduzco que eso de que la belleza está en el interior se lo inventó en su día algún hipócrita con ganas de agradar o una marca de sostenes con un departamento de márketing plagado de genios. La belleza entra por los ojos, amigos, nos guste o no. Otra cosa es que, con el tiempo, uno aprecie cualidades más allá de una cara bonita, pero eso lo hace el trato y las ganas de profundizar que cada cual tenga en la personalidad del prójimo.
Corren tiene tiempos difíciles y nadie es capaz de sacar cinco minutos para dedicarse a la entomología, esto es, ver la belleza profunda que se esconde en el más feo de los insectos. Vamos a poner un ejemplo dedicado, especialmente y con amor, a los hombres: un tío ve a una jamelga en el metro y, obviamente, repara en sus piernas, sus tetas, su culo y su cara. Nada más. Pregúntale tú luego si se ha enterado del libro que estaba leyendo, qué tipo de bolso llevaba (increíble lo que es capaz de decir un bolso sobre su portadora), si era consciente de que la estaban mirando, sus gestos.... Algún indicio de su personalidad, al fin y al cabo. Imagino que ninguno tenía el cuerpo y los instintos como para pararse a reflexionar en tales banalidades.
Igualmente, parece que, a nosotras, la tableta masculina nos hace pensar en noches de roneo sin fin. Será por eso que, yo, personalmente, prefiero la tableta de chocolate. Durante mucho tiempo tuve que ver cuerpos supuestamente perfectos por motivos de trabajo. Comprendí lo agradecido que era el photoshop y, también, que las personas más guapas no tienen por qué ser las que más te gustan. De hecho, normalmente no lo son. Están demasiado pendientes de sí mismas como para darse cuenta de que tú también te encuentras ahí y necesitas que, de vez en cuando, te ilumine la luz del foco. Las conversaciones más interesantes que he mantenido, desde el punto de vista profesional, con gente famosa han sido con hombres y mujeres de físicos encuadrados dentro de la normalidad, pero cuyo atractivo derivaba del interior, de su forma de moverse, de expresarse, de intentar que el mensaje de su discurso (algo que no todo el mundo tiene, por cierto) calara en el de al lado.
Con esto quiero decir que la belleza interior no es algo que llevemos escondido en el páncreas y solo descubren los del CSI cuando revisan la autopsia. La belleza interior es algo que aflora por la mirada, engatusa por los oídos y encanta a través de la boca. No todo el mundo la tiene, pero si posees la increíble fortuna de contar con ella, te engrandece. Tu interlocutor verá unos rasgos más o menos perfectos, pero también descubrirá maravillas a través de ellos y esas maravillas son las que enganchan.
El problema no es tanto encontrarte con alguien bello interiormente, sino permitir que esas cualidades afloren, algo que necesita tiempo y contacto. Todos descubrimos cada día cosas fantásticas en nuestros amigos y eso pasa porque los vemos, les tocamos, entramos en su mundo y permitimos que ellos echen un vistazo al nuestro. Nuestros sentidos entran en danza, algo que olvidan cuando nos relacionamos con alguien solo por teléfono o vía email. El roce hace el cariño, no puedo estar más de acuerdo. Lástima que seamos tan ratas con el tiempo que regalamos a los demás. Lástima también que estemos programados para detectar solo la armonía física. Seguro que el mundo se encuentra lleno de gente interesante, con el torso al descubierto o no, las tetas pequeñas o grandes y el culo más o menos caído. Y, sobre todo, lástima de que no todos tengamos el buen hábito de ver más allá de las obviedades.
muy buena entrada acerca de la belleza interior. vivo en un alquiler temporario en Recoleta y conoci a mucha gente que piensa igual que yo
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario, Mónica.
ResponderEliminar