Estos días se ha celebrado una entrañable reunión de actores en Nerja para conmemorar creo que el 30 aniversario de esa serie mítica llamada Verano Azul. Suena tópico, pero parece que fue ayer cuando Javi, Pancho y compañía recorrían en bicicleta las calles de la ciudad malagueña. Y tal vez nos lo parezca porque, efectivamente, fue ayer. Ponte tú a hacer zapping cualquier verano de estos y consigue echar un vistazo a todos los canales de esta nuestra televisión sin redescubrir de nuevo la imagen de la pizpireta Julia, el entrañable Piraña o Bea, la adolescente con picores. Tarea imposible.
Como imposible es recordar cuántas veces ha muerto televisivamente el bueno de Chanquete. Igualmente absurdo sería pronosticar en cuántas ocasiones más seremos testigos de su fallecimiento. Y lo cierto es que no nos cansamos: seguimos emocionándonos, riendo y embobándonos con las aventuras de la entrañable pandilla, da igual lo bien que nos sepamos los diálogos de la serie y aquella canción que entonaba Gonzalo (Bruno en uno de los episodios) de "Soy como tú".
Probablemente continuemos enganchados a Nerja y a sus chicos porque nos traen recuerdos de un tiempo en el que, según los mensajes que nos envía el cerebro, vivíamos sin preocupaciones. No me lo creo. Teníamos problemas entonces igual que los tenemos ahora, pero, como dice el refrán, alguien vendrá que bueno te hará. Llegaron otros más pesados y complicados que transformaron nuestros antiguos dolores en cosquillas.
Hay un programa televisivo llamado Qué tiempo tan feliz que, como su nombre indica, se nutre de la idea de que el pasado siempre fue mejor que el presente e increíblemente más favorable que el futuro. A título personal, creo que tal idea es una trampa de dimensiones épicas. El ser humano tiende a idealizar lo que ocurrió antes porque, con la distancia y la edad, los recuerdos adquieren cierto tono mágico que, si hacemos un ejercicio de reflexión, acaba convertido en tufillo. Pensamos con nostalgia en el lugar en el que nacimos, en nuestro primer amor (o en el segundo), en nuestros amigos de la infancia... sin reflexionar sobre el hecho de que intentar, a nuestros años y con nuestro bagaje, revivir lo que experimentamos con ellos, nos conduciría seguramente al desastre. Ya no somos los mismos, ni ellos ni nosotros, e intentar recomponer, punto por punto, escenarios de nuestra memoria resulta, como poco, escalofriante. El juego siempre tiene que partir de las cartas que tenemos en la mano, no de las que nos repartieron en la partida anterior. Es así nos guste o no.
Hablando de refranes, hay otro que me parece absurdo y peligroso a partes iguales. Es ese que se pasea, crecido y henchido de gozo, por cualquier charla: "Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer". Lo veo conformista, injusto y temerario. Si nos anclamos en lo que tenemos pensando que no vamos a encontrar nada mejor es restarle oportunidades a la vida y a las personas que nos cruzamos en el camino. Y, sobre todo, negarnos el premio que todos nos merecemos. ¿Por qué no va a haber alguien ahí mejor que aquel que nos traicionó? ¿Por qué no va a existir un trabajo que nos llene más, unos amigos que nos entiendan y nos quieran, un país que nos aporte cosas distintas de las que hasta ahora hemos dispuesto? ¿Por qué no darle una oportunidad a esa persona que busca un lugar en nuestra vida, lugar que nos empeñamos en negarle día tras día? Lo peor del ser humano es, precisamente, su capacidad de adaptación cuando la adaptación mata al riesgo. Resulta mucho más gratificante tirar hacia delante, equivocarse y levantarse que intentar revivir lo que ya carece de sentido, principalmente porque nos arriesgamos a convertir un recuerdo agradable en pesadilla. Y llegados a este punto, no puedo resistir la tentación de citar otras sentidas palabras: "Hacia atrás, ni para tomar impulso". Sí, Chanquete está definitivamente muerto, ¡que viva Chanquete!
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