domingo, 2 de octubre de 2011

Polanski y el ardor

Sin duda, uno de los fugitivos más famosos de las últimas decádas ha sido el director de cine Roman Polanski. A quien no esté muy por la labor de adentrarse en la vida y misterios de este pequeño gran hombre, toca ponerle en antecedentes (no va con segundas, que conste):
Allá por los 70, Roman Polanski vivía una situación de ésas que no deseas ni a tu peor enemigo. Mientras él estaba a sus cosas en Europa, en el año 69 creo recordar, su mujer, Sharon Tate fue asesinada en el domicilio familiar de Cielo Drive, mientras compartía una velada con amigos. La actriz estaba a punto de dar a luz al primer hijo de la pareja, pero ni eso disuadió a la alegre pandilla de zumbados formada por Charles Manson y su troupe, que por aquellos días se dedicaban con igual fruición a ponerse hasta las trancas y abrir a la gente en canal. Puedo imaginarme el shock que supone recibir una llamada a altas horas de la mañana detallándote semejantes hechos.
Las imágenes de la época retratan a un Polanski bastante ido. No es para menos. Y la cosa se vuelve ya de un turbio pastoso cuando repasamos el caso y encontramos que hubo medios que abogaron por la culpabilidad del director, justificándola con que, si no estaba en su domicilio el día de autos era porque alguien le había avisado antes y el hombre puso un océano de por medio para no acabar destripado cual gorrino. Esto, para empezar, es mezquino. Después, que cada uno le ponga los calificativos que quiera.
Ello no implica que el director de cine no tuviera los remordimientos propios de cualquier persona de bien. Haber dejado sola a su familia, no estar allí para defender a los suyos... La cabeza se pone en modo centrifugado y uno busca formas de evasión poco ortodoxas. En esas estábamos cuando le pillaron con el carrito del helado, montándose una orgía en casa de Jack Nicholson y metiéndole algo más que mano a una menor. La susodicha, acompañada de su madre, le denunció y Polanski, tras un tira y afloja con la policía y un breve pero sustancioso paso por la cárcel se dio a la fuga sin pensárselo ni medio segundo, porque las autoridades nortemaericanas siempre han sido muy miradas para según que cosas y a uno le apetece lo justo vivir un remake de su propia película en alguna de esas prisiones sórdidas que sus colegas realizadores tanto gustan de retratar.
Durante años, Estados Unidos y Polanski han estado jugando al gato y al ratón, con el director negándose en redondo a pisar cualquier país que tuviera un tratado de extradición con la justicia norteamericana. Hemos sido testigos de un curioso vodevil, donde primero salió a escena Nicholson justificando a su compañero de farras diciendo poco menos que a las jovencitas las carga al diablo; después apareció la menor convertida en respetable ama de casa asegurando que ella está ahora enfrascada en sus mermeladas y sus cosas, y que le da igual que el caso se cierre; y, por último, todo el manual del quién es quién de la cultura pidiendo clemencia para el genio.
Lo nuevo novísimo de este entuerto han sido unas declaraciones de Roman Polanski justificando sus actos con algo parecido a un "en los 70 reinaba la libertad sexual y todo el mundo hacía lo que le salía de los bajos". No lo dudo. Pero ay amigo, por la boca asoma la displicencia del poderoso. Vivo en los 70, soy un genio, tengo dinero a espuertas, ergo puedo hacer lo que me de la gana y con quien me plazca. No sé si la menor consintió de entrada y se arrepintió después o la cosa se torció desde un principio, pero así, a primeras dadas, me caen mal quienes usan su posición privilegiada para el abuso. A grande o pequeña escala. Me parece de una voluntad fatua e imbécil el que alguien con carrera, por ejemplo, pase sus estudios por la cara a quien no los tiene (juro ante cualquier escritura sagrada que he conocido a personas que no han ido a la universidad y, sin embargo, gozan de conversación y cultura mucho mayor que quienes ha pasado años lustrando pupitres), lo mismo que no soporto a los necios que tratan mal al camarero o la empleada de hogar simplemente porque les pagan por servirles. Semejante comportamiento no entra en mi concepción de la vida. Y vale, entiendo que llegado a un punto uno puede perder el norte y pensar que todo el mundo ha sido creado para hacerle reverencias, pero ni aun así justifico ciertos actos en aras del "como todo el mundo lo hacía, yo también". Es estúpido.
Roman Polanski hizo lo que hizo porque le dio la gana. Y la justicia actuó porque era su deber. Otra cosa es que le hubieran aplicado atenuantes en deferencia a la delicada situación personal por la que acababa de pasar. También soy capaz de comprender que esto ocurrió hace tiempo, que el director se reinventó a sí mismo, fundó una nueva familia y se entregó al trabajo pariendo auténticas obras de arte. Es lógico pedir perdón y perdonar, como también es lógico que los delitos no queden impunes aunque ya carezcan del impacto inicial. Pero cuando una persona se justifica continuamente sobre determinados comportamientos es, primero, porque sabe que algo ha hecho o está haciendo mal y, segundo, porque no se encuentra del todo arrepentido y piensa que un poco de razón le avala. Y eso, cuando el mundo, salvo tus amigos y tu familia (es decir, aquellos en los que has depositado el sacrosanto deber de defenderte), insiste en que tu actuación no ha sido la más adecuada, es para hacérselo mirar.

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