Mientras la clase media brasileña medra cual claveles reventones en primavera, el resto del mundo estamos agarrándonos los machos ante los nuevos vaticinios del FMI y sus hombres de negro: el año que viene volveremos a probar el sabor amargo de la recesión, queramos o no. Pues nada, a apretar los dientes y seguir tirando del carro, a ver si nos deslomamos de una vez.
Menos mal que no estamos solos. En lo que a España respecta, la sociedad ha alcanzado una nueva e inédita división. En lugar de la tradicional estratificación social, ahora nos dividimos en gente que tiene un trabajo de mierda y gente que no tiene trabajo. Así de claro. O de oscuro. Los primeros sobreviven con el bolsillo tocado y las emociones hundidas y los segundos soportan cada día nuevos ataques a su línea de flotación. Semejante situación pronostica un futuro de esos de película del fin del mundo, donde todo se ha visto reducido a chatarra después de a) una catástrofe nuclear; b) la caída de un meterorito; c) la victoria del PP en las urnas por mayoría absoluta (es broma, pero torres más altas han caído. Y no va con segundas). De estas tres opciones tachemos la que proceda y sigamos rellenando nuestra quiniela del mal rollo.
En este submundo al que nos vemos predestinados, llegará un momento en que serán legión aquellos que no tengan absolutamente ninguna fuente de ingresos. Una vez agotado el paro y sin pertenecer al grupo de edad que tiene derecho a la prestación social, la otrora clase media dará lugar a un número nada despreciable de desclasados. Veremos lo que ya contemplamos pero multiplicado por n cuando n tiende a infinito: familias que hurgan en la basura de los supermercados cada noche para poder tener algo que llevarse a la boca; gente que se cuela en el metro (a ver cómo le explicas a tus hijos que a papá o a mamá les ha dado por practicar el salto de torno para reducir michelín); duchas con agua fria cual prisioneros en un campo de concentración; vida social anulada para no tener que salir y pagar la caña; alimentarse a base de sopas (que me perdone Mafalda) y comidas más propias de tiempos de guerra, como el agua con harina que tanto engañaba el hambre; acostumbrarse a no poder comprar ropa nueva y vivir del estilo retro hasta que el remiendo aguante; renunciar a internet y al móvil; revender la videoconsola y la cámara de vídeo.... Podría seguir, pero creo que con esto nos vamos haciendo una idea de por dónde puede ir la película.
Todo ello se convertirá en un gran problema, pero el mal rollo principal es que los aquí descritos acabaremos cabreándonos mucho. Unos y otros. Quienes tienen trabajo, porque ya no aguantan semejante explotación física pero, sobre todo, psíquica, y los parados porque están hasta el gorro de malvivir con lo (in)justo). Llegados a este punto es lógico que la masa se enfurezca y acabe tomando la Bastilla, reinventánose a sí misma, arrasando Bancos y Centros Comerciales y haciendo suyo lo que este capitalismo salvaje de pacotilla les negó: el derecho a la dignidad.
Decía el otro día que me revienta que intenten meternos miedo, pero, de tanto insistir, al final van a convertirnos en actores de esta película de terror. No quiero ser ahora la Nostradamus del 2011, aunque mucho me temo que, o alguien lo remedia, o la calle acabará siendo nuestra por las bravas. Incluidos los palacetes donde moran esos señores de Novacaixagalicia que disfrutan de un retiro dorado gracias a nuestros ahorros. Nadie, por mucho bunker que se construya, conseguirá librarse de la furia global de esta nueva casta de desheredados. Y no será porque no hayan hecho méritos para ello.
Ojalá todo esto se quede solo en una historia de catástrofes y, poniéndonos en lo peor, que el futuro sea como en Wall-E, con un planeta destruido y convertido en el vertedero de la galaxia, pero al menos teniendo una Eva por la que luchar y recuperar la ilusión. Lástima que las personas reales no seamos (ni estemos) tan animadas como los dibujos...
P.D.: No quiero cerrar la persiana por hoy sin citar una de mis frases favoritas de Steve Jobs: "No permitas que el ruido de las opiniones ajenas silencie tu voz interior". Tomemos nota y diseñemos con mimo la máquina más perfecta: nosotros mismos.
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