El ciberespacio anda un poco pasado de vueltas, rendido a los encantos de esa líder estudiantil llamada Camila Vallejo. Confieso que estoy poco o nada puesta respecto a las revueltas chilenas y no quiero entrar al trapo, porque si entro no me voy a quitar el asunto de la cabeza y empezaré a pergeñar teorías, soluciones y florituras varias.
Me gusta la tal Camila porque me gusta la gente que defiende sus ideas y a los suyos, aunque sea desde la inconsciencia (creo que este no es el caso). A su discurso extraordinariamente hilvanado une un físico muy fotogénico, cualidades que, cuando coinciden en una misma persona, bien pueden ser el germen de un carisma mediático que solo necesitará ser regado de vez en cuando para medrar y germinar. Rendida yo también a las virtudes y el coraje de Camila, no puedo más que aceptar que también me rindo a las de quien parece es su pareja, Julio Sarmiento, otrora líder estudiantil como lo es ahora su novia y miembro del Partido Comunista chileno.
Al hilo de esto he de decir que, normalmente, cuando me gusta uno de los integrantes de la pareja, me gusta también el otro. Y digo normalmente porque siempre hay alguna excepción por ahí tocándome la moral. Para esto de las parejas soy muy básica: basta con que alguien me comente su interés por otro para que mi cabeza los una cual inseparable tándem y les coloque en mis altares de la intocabilidad y la inviolabilidad. Soy así de primaria. Pero también afirmo que cuando uno de los miembros no me gusta, el otro, por mucho que haya sido merecedor de mis afectos en su día, acaba por caerme fatal. Supongo que mi subconsciente procesa dicha unión de una forma muy sui géneris: algo tiene que fallar en quien antes me parecía estupendo para caer rendido ante los encantos de un personaje tan pueril y absurdo, ergo ni el uno ni el otro merecen la pena. Me pasa con muchos dúos, no necesariamente "artísticos".
Volviendo al tema que me atañe, y antes de que me vaya definitivamente por los cerros del mundo parejil, insisto en que me cae bien Camila y me cae muy bien su chico. Son dos que se complementan y se ensamblan estupendamente, al margen de por dónde transcurra su relación. Y creo que lo que aprecio de Julio Sarmiento es esa reminiscencia de otro Julio, también cubano como él, del que me declaro admiradora incondicional: Julio Antonio Mella.
Para quien no conozca mucho la historia de Cuba y México en los primeros años 20, Mella fue el precursor de lo que luego sería aquel alegre grupito formado por el Che, Castro, Camilo y compañía. Líder estudiantil, fundador, entre otras asociaciones, de la Liga Anticlerical en La Habana y, una vez emigrado a tierras aztecas, miembro del Partido Comunista Mexicano junto a prohombres tan jaleados como Siqueiros o Diego Rivera. Fue precisamente su empeño en crear una excisión de este último organismo, la llamada Confederación Sindical Unitaria de México lo que, probablemente, le llevó a la muerte.
Ya que estoy de confesión, y ahora que nadie me escucha, he de reconocer que mi aproximación a Mella no se produjo a través de sus ansias revolucionarias sino de la que, sin duda, fue la mujer de su vida, la italiana Tina Modotti. Esta hembra que volvió locos a los intelectuales de su tiempo, actriz mediocre y fotógrafa interesante, cautivó a grandes figuras del comunismo centroamericano, pero solo se declaró amiga y amante del extraordinario fotógrafo Edward Weston (su mentor) y del ya citado Julio Antonio Mella. De hecho, este último murió en sus brazos, víctima de los disparos efectuados por no se sabe quién aunque se sospeche. Años después de su desaparición, algunas teorías apuntaban a que el culpable fue Vittorio Vidali, también comunista y enemigo declarado de Julio Antonio, a quien las altas esferas le obligaban a controlar y mantener a raya. Se dice que Vidali andaba ennoviado de la Modotti, a quien había conocido muchos años atrás, y a la que convenció para que fuera cómplice del asesinato de su pareja oficial. Sea como fuere, estuviera Tina implicada o no, lo cierto es que la artista siempre mostró cierto remordimiento por la muerte de Mella, aunque en su día ya hubiese sido exonerada del crimen.
Es curioso cómo amor y revolución van a la par. No hay levantamiento que se precie sin avatares sentimentales y, a ser posible, una buena ración de cuernos. El revolucionario ama a la causa y a las mujeres y, si el hombre va a lo suyo, a sus estrategias y sus gerrillas, el imaginario popular le inventa coqueteos a mansalva, muy al estilo de lo que ocurrió entre el Che y la gerrillera Tania. Parece ser que el hombre de acción no se puede rendir ante el enemigo, sino ante las mujeres, el verdadero obstáculo en su camino hacia la gloria.
He de reconocer que esa figura del macho valiente muriendo de amor es un icono de los altares femeninos. Pero también que todos tenemos nuestras historias, humildes pero intensas, seamos héroes o villanos. Lo que ocurre es que algunos las viven en público y otros en privado. A Julio Antonio Mella no le perdió el amor de una mujer, sino sus propias decisiones y haber medido muy mal a quien tenía enfrente. Si alguien le traicionó fue uno de los suyos, independientemente de su sexo.
Y es que esmuy difícil separar la esfera de lo privado y lo público en el camino hacia el poder. Todos recordamos el culebrón Royal/Hollande que tuvo en vilo al Partido Socialista francés, amantes enfrentados por el bastón de mando. En un mundo tan globalizado, el pueblo quiere carnaza y los amigos o los enemigos se la darán. Pero también opino que Camila, con los 23 años que le adornan, ha entendido que el amor se queda en casa y la revolución, en la calle. Que no hay nada mejor y más desestresante que poder relajarte en los brazos de alguien que piensa como tú y quiere como tú. Sea cual sea su pareja, creo que el único secreto para seguir hacia delante y no flaquear es proteger los aspectos más privados de una existencia que se ha hecho pública. Los enemigos deben estar fuera, nunca dentro. Y una muestra de amor inteligente y generoso es renunciar al primer plano para otorgárselo a tu otra mitad.
La relación entre Tina y Julio Antonio Mella era tan intensa como destructiva. Dos voluntades igualmente ansiosas de protagonismo están destinadas a no entenderse. Pero, bueno, de esa fuerza se nutren los grandes mitos y se da forma a la historia. La revolución es pasión y la pasión también es carne. La buena suerte, como decían las abuelas, sonríe más a los valientes. Afortunados quienes puedan disfrutarla, sean horas, días, meses o años.
Mella y Modotti
No hay comentarios:
Publicar un comentario