Dice Antono Banderas (sí, el mismo que hace unos días declaraba en una revista que era difícil que su mujer volviera a trabajar porque ya no estaba de buen ver; ¡toma declaración de amor!) que una estrella -de cine, se entiende- no es más que una mentira. Que un actor interpreta un papel no solo en el cine, sino también en la vida real y que no sienta nada bien al cuerpo eso de tener que brillar siempre. Sin embargo, hay que disimular y hacer como que aquí no pasa nada. Tremendo drama.
Yo quiero creer que Banderas sabía dónde se metía cuando probó suerte en esto del artisteo, y estoy casi segura de que no le llevaron a Hollywood bajo tortura. Cuando uno se dedica a cavar zanjas, debe asumir que tiene que parar al mediodía para comerse un bocadillo grasiento y volver al tajo. Del mismo modo, cuando uno es actor, o estrella, y sale en los papeles, tiene que entender que una de sus obligaciones es promocionar su trabajo y ser objetivo de los paparazzi. A lo mejor acabas hasta el gorro de que todo el mundo indague en tu vida, de fingir que eres lo que no eres y de estar estupendo las 24 h., pero imagino que hasta eso les compensa. Por supuesto, lo de brillar va en el lote, que luego seguro no le entran remordimientos por tener a los mejores diseñadores/peluqueros/esteticistas a su disposición.
Otra cosa es que Banderas se encuentre en medio de un prolongado acto de reflexión y le moleste aparentar que es un personaje que solo se parece al chico que salió de Málaga en el físico. Tampoco sería tan raro. Todos, en algún momento u otro, hemos fingido ser una persona distinta a lo que somos, normalmente para agradar a alguien y conseguir llevarlo a nuestro terreno. Es tan humano como inútil. Nadie es capaz de mantener una impostura de forma permanente: en algún momento saldrá la fiera que llevamos dentro y se nos caerá el teatrillo, con la consiguiente debacle emocional de quienes se creyeron el cuento.
Lo normal, en casos de mentiras prolongadas, es que llegue un día en el que uno se harte y lo mande todo bien lejos, por no decir al carajo. Ni aun mimetizándote tanto con tu alter ego consigues ahuyentar los momentos de bajón. Probablemente perderás a quien intentabas conseguir, pero podrás recuperarte a ti mismo. ¿Compensa? Que cada uno juzgue.
Pero existe otra vertiente de estrellas-estrelladas con un cariz muy femenino. Las mujeres tendemos a hacer un retrato del otro que se parece en lo básico, pero difiere enormemente en los detalles. Queremos creer que el individuo que tenemos enfrente es tal y como nosotras pretendemos que sea y cuyo parecido con la realidad es pura coincidencia. Pero ahí estamos, erre que erre, construyendo príncipes y deconstruyendo mendigos, hasta que un día nos damos cuenta de que éste, en su calidad de homeless, huele mal y encierra ciertas connotaciones de bestia parda. Vale, puede que el otro se haya esmerado en enseñarnos solo un perfil, su lado bueno y santo, pero en la era de las 3D no tiene perdón asumir como verdadera y auténtica una única cara. Hay que reconocer el error y dejar de rescatar príncipes destronados.
Volviendo a Banderas, afirma también que es injusto tener que permanecer siempre joven y perfecto, algo que, sin duda, no se le hubiera ocurrido hace 20 años, pero ahora le trae a mal vivir. Lo tiene todo para convertirse en un madurito interesante: es hombre, rico y famoso. Y si lo dice por su santa, cuidado, porque después de llamarla adicta y vieja, el día menos pensado a Melania se le va la pinza y le arrea un bien merecido sartenazo en su carnet de macho latino. Entonces sí que tendríamos polvo de estrellas...
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