Con estos tiempos difíciles que vivimos y en los que no me voy a recrear de nuevo para no caer en la pesadez del Cansino Histórico (personaje concebido a mayor gloria de José Mota), surge la tendencia de volver a lo esencial. O a lo auténtico que, para el caso, es lo mismo.
Leía el otro día en un periódico que los griegos, con el agua al cuello desde hace meses, han optado por elevar a la categoría de imprescindible algo tan antiguo como el trueque. Elemental, querido Papandréu. Si el dinero solo nos da disgustos y no nos sirve más que para endeudarnos, lógico que prescindamos de él y recurramos a algo tan "vintage" como el intercambio: yo te coso los bajos del pantalón si tú me arreglas esa cisterna que pierde agua. Ahora mismo, el trueque solo se circunscribe a los servicios más básicos, pero vete tú a saber dónde llegaremos con nuestra precariedad. Tal vez a mutar libros por pinturas o automóviles por coquetos apartamentos...
Que conste que estoy a favor de este nuevo ordenamiento social muy al estilo kibutz. Cuando el capitalismo te decepciona hasta el punto de renegar de sus parabienes, cuando ves que el de al lado se enriquece indecentemente a costa de tu desgracia... lógico recurrir a los principios básicos de la supervivencia. Ya están tardando los gobiernos en legislar contra ciertas prácticas más humanas que económicamente solventes pero, mientras se mantienen ocupados intentando salvar sus escaños, a nosotros nos queda la sagrada misión de resguardar nuestro culo y el de aquellos que queremos.
También me despierta algo más que simpatía esta nueva actividad de los huertos urbanos. En un post que escribí en su día hablaba de los surrealista que me parecía el que los indignados hubieran montado un huerto en la fuente de Sol. Así, con un par de... tomates. Sigo opinando lo mismo, pero explico que dije lo que dije por lo que implicaba de ocupación de un espacio público. No obtante, que conste en acta que esta opción de montarte un huerto en la terraza de tu casa, me parece, no ya un hallazgo, sino algo absolutamente necesario. La economía de subsistencia, trasladada a las grandes ciudades, produce esta invasión de macetas y parterres. Ni agricultura biológica, ni ecológica, ni gaitas. Lo que nos despierta el orgullo fino es es ver crecer nuestras lechugas y pepinos entre vaivenes de CD's (para ahuyentar los pájaros, mayormente) y montarte una ensalda de las que saben a gloria. Natural.
Mi simpatía se extiende incluso a los usuarios de Blackberry. Nuestra vuelta a lo esencial pasa por prescindir de artefactos superfluos que nos hacen la vida un poco más cara y menos independiente. Imaginemos por un momento no recibir correos del jefe, ni de clientes plastas, ni de amigos que no son tales.... Creo que en esta crisis tecnológica que hemos o han pasado los usuarios de telefonía se ha vuelto verdaderamente a lo esencial e, incluso, a lo sentimental: sabías que un blackberryano te tenía en alta estima porque te llamaba por teléfono y no esperaba a que la conexión se reestableciera para enviarte un email o hacerte una gracia vía whatsapp. El que alguien contacte contigo aunque le cueste unos euros es cariño del bueno. Apreciémoslo y devolvámoslo si se tercia. Como decía alguien que yo me sé "se nota la caída de BlackBerrry porque la gente habla por la calle". Y recurren al piel con piel en lugar de al botón/pantalla, añadiría. Bienaventurados los afectados.
Imaginemos un mundo sin depender de las decisiones de las grandes corporaciones bancarias, del FMI y de la tecnología punta. Imaginemos que nos sentimos dueños de nuestra vida y de nuestro destino. Imaginemos que, de una forma u otra, somos libres para dormir, comer y hacer el amor. Imaginemos. No nos cuesta nada....
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