Mientras todo el mundo anda medio alelado o alelado y medio contemplando al dúo (¿cómico?) formado por Merkel y Sarkozy, a mí, el que me vuelve loca es David Cameron, el primer ministro inglés. Y no precisamente por su saber estar, ni su sex appeal, ni su buen uso del poder.... No, por eso, seguro que no.
Y es que resulta que el amigo británico es un misógino de tomo y lomo, cosa que a mí me resulta algo desquiciante. Nunca se me ocurriría definirme como una defensora a ultranza de mi sexo (aunque hago lo que puedo), porque sé valorar muchas cualidades del opuesto, pero, en este caso, los modismos y modas del caballero me producen, sino repugnancia, algo muy similar al ascopena. El desprecio que Cameron muestra hacia sus vecinas de escaño e incluso de partido son reprochables en un principio y rancias hasta el final. Si le dejan suelto, el hombre elabora un diccionario de términos sexistas que ni Berlusconi cuando se viene arriba.... todo él (o todo en él). Y no solo eso. Si efectuamos un repaso rapidito por los colegas que le rodean, comprobamos que entre 29 ministros solo hay cuatro damas y, de ellas, el gran número de 1 (u-n-a) desempeña un cargo considerado de los importantes. No quiero ni imaginar que en todo el Reino Unido no haya ni una sola mujer merecedora de ocupar las carteras de Exteriores o de Interior, sea cual sea su equivalencia británica. Es más, hasta la señora Cameron se ha dado cuenta de que a su marido se le va el gen machista por donde no debe y ha tenido que salir al quite de ciertas declaraciones en más de una ocasión, intentando hacer buenas palabras que suenan como una patada allá, en las simas más profundas de la anatomía humana. Pero los dislates del number one no se quedan ahí. Ayer salió con la cantinela de que todo ciudadano de bien debería denunciar a sus vecinos y conocidos que estuvieran en el país en una situación irregular. Mira tú qué guasa. Siempre me he quedado ojiplática ante la tentación poco disimulada que sortean algunos gobiernos de derechas de convertir a cada ciudadano en una especie de James Bond, con licencia para espiar y denunciar, pero en su versión más chusca, o sea, poco que ver con Pierce Brosnan y mucho con Mauricio, el de la serie Aída. Lógicamente, este tipo de peticiones no saca precisamente lo mejor de nosotros, pero sí implica la expansión, gozo y disfrute de rencillas que, de otra forma, deberían resignarse a dormir y morir de tedio entre las cuatro paredes de la casa de cada cual.
Miedo me da pensar en todas esas taras que Cameron guarda en un cajón y que están esperando para salir a la luz. Mientras el resto de Europa debate si le echa un cable a Grecia o, mejor, una soga al cuello, los británicos andan a lo suyo, sacando a pasear la vena fascista de su Primer Ministro. Pobre de él cuando los estudiantes se le subleven de verdad (lo de este verano fue solo una avanzadilla) y una nutrida panda de indignados tomen Picadilly gritando consignas antisistema. Porque, al parecer, el premier es de los que se achican en las distancias cortas. Bien pensando, si se aburre esperando la hora cero, podría montar un dúo cómico con Felipe, consorte de Su Majestad. Entre las salidas de tono de uno y las tontadas del otro, a lo mejor, hasta se nos olvida que está la dominatrix Merkel presta a sacudirnos el látigo en cuanto nos neguemos a comernos la sopa boba. Y eso, por mucho que le pese a Zapatero, Rajoy y otros estadistas del montón, no es ninguna broma.
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