Dicen que le fútbol es un deporte de caballeros jugado por villanos. Algo de eso debe de haber cuando las broncas y los malos modos están a la orden del día. Entra hasta dentro de la lógica que las distintas aficiones hagan suyas las continuas descalificaciones y faltas de respeto que se profesan todos los que viven de y para el universo futbolístico: entrenadores, jugadores, presidentes... Lo que ya escapa de toda explicación racional y cualquier justificación humana es lo que aconteció este fin de semana en el estadio Vicente Calderón.
El Atlético de Madrid se enfrentaba al Sevilla y ambas aficiones ya venían calentitas, después de tener sus más y sus menos por las calles de la capital. Algo totalmente reprochable, por cierto. No contentos con liarse a guantazos, una parte de los seguidores colchoneros decidió armarla también en el estadio a través de un "sentido homenaje" a la figura de Antonio Puerta, el jugador del Sevilla muerto de un ataque al corazón en medio de un partido. Al grito de "Ea, ea, ea, Puerta se marea", los del Atlético pretendían minar la moral del contrario y jugar a ser adolescentes descerebrados y contestatarios que protestan por todo, aunque desconozcan y ni les importe el motivo de su descontento.
Pues que sea enhorabuena. No solo minaron la moral del contrario sino la de los espectadores, aficionados al fútbol y gente de bien a la que ni le interesa el balompié ni falta que le hace. No solo es irrespetuoso mentar a alguien muerto en tan tristes circunstancias y que ningún mal le había hecho al fúbol ni al Atlético de Madrid. Se trata de una ignominia, de una carencia total de dignidad, de una profanación inclasificable llevada a cabo por un grupo de borregos a quienes el deporte les importa lo que a mí la vida de Justin Bieber y Selena Gomez. Hemos topado con gente que no va al estadio a disfrutar, sino a desahogar sus frustraciones; matones de discoteca para quienes los domingos son una ocasión estupenda de beber hasta cocerse, pegar alaridos, volver a beber para rematarla y, si se tercia, soltar una somanta de palos al primer miope que les mire mal.
He de confesar que simpatizo mucho con el Atlético de Madrid. Y por eso creo que tengo cierto derecho a indignarme con esta panda de cavernícolas que convierten el deporte en una lucha de barro en el que el más cerdo no es el que más se enloda, sino el que más mierda escupe. En mi opinión, se impone una sanción económica al club, responsable último de infringir el correctivo a aquellos que acuden a sus estadios. Porque, además, la placidez de unos estorba a los otros y la memez de los otros maldita gracia que les hace a los unos. Si fuera socio, jugador o parte de la junta directiva del Atlético de Madrid, no estaría avergonzada, que ya lo estoy, estaría lo siguiente.
Pero no quiero acabar con mal sabor de boca, que para eso ya tenemos el día a día, y no voy a dejar el post sin comentar otra hazaña futbolera, tremendamente pintoresca, que circula por la red. Se trata de la crónica de ese programa de Intereconomía llamado Punto Pelota, que, al parecer, pretende convertirse en una versión patria del desenfadado show italiano Diretto Studio. Lo que ocurre es que los presentadores se han tomado tan en serio esto de que hay que ir de broma, que la cosa acaba en una especie de desvarío mediático, con periodistas llevándose el tupper (la fiambrera, que diría a mi madre) al plató para ponerse hasta las trancas mientras contemplan los partidos, otros a su bola comentando lo que no ha pasado pero podría haber ocurrido, José Antonio Luque creyéndose Scariolo y practicando el tres en raya con un tablero y unos imanes, y una tal Cristina, quitándose los zapatos y poniendo cara de asco para demostrar que el fútbol no es lo suyo y que ella está ahí porque le pagan y porque, mire usted, a esas horas no hay nada mejor que hacer. Confieso que jamás he visto un solo programa de Intereconomía, pero admito también que ya estoy tardando. Después de tantas noticias nefastas, contemplar a este grupito que es la monda pasándose la escaleta por el refajo, tiene que ser como cambiar de planeta. Y algunos tenemos ya muchas ganas de explorar el espacio exterior.
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