Creo que una de las peores noticias de los últimos días ha sido el cierre de la edición impresa del diario Pública. Pésima noticia para su trabajadores, pero hasta tenebrosa si consideramos sus repercusiones más allá de la vida familiar.
Me recordaba ayer una compañera que uno de los índices que evalúa la prosperidad de cualquier sociedad es el número de periódicos, de una y otra tendencia, con la que cuenta. Tomemos como ejemplo naciones en los que todos nos miramos: Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia... Con el cierre de Público se nos ha ido, tal vez, el único periódico de izquierdas de consumo masivo. Y digo el único porque El País, con los bandazos que ha ido dando en los últimos tiempos, una ya no sabe dónde posicionarle: a la izquierda, en el centro o, más probablemente, en el espacio exterior.
La historia de la prensa, así, en grandes letras, no se cimenta solo en el afán de comunicar. Los periódicos, desde siempre, han ejercido una enorme influencia en la vida política, ayudando a la propagación de las ideas de los diferentes candidatos y, por tanto, también al establecimiento de una democracia. Diarios, club políticos, etc. pusieron en la picota métodos electorales de dudosa legitimidad, abogaron por los sufragios universales, hundieron golpistas, jalearon protestas callejeras... No es ninguna pérdida de tiempo echar un vistazo atrás y comprobar el papel que jugaron en el nacimiento de los Estados y de las democracias. De hecho, recomendaría a todos un paseo por la historia de los siglos XX y XIX de la mano del señor Google.
Para todo país moderno resulta, por tanto, imprescindible contar con diarios de diferente tendencia. Sobre todo si tenemos en cuenta que asuntos tan delicados como, por ejemplo, los libros de textos, cambian según las leyes educativas que marquen los partidos en el gobierno, aunque eso daría para otro post y no pretendo desarrollar la idea para no echarme a llorar. Volviendo a la diversidad de la información, creo hasta tal punto en ella que estoy segura de que, al margen de ideologías, me entristece tanto el cierre de Público como el de La Razón si se llegara a producir. Como ciudadanos, tenemos todo el derecho a contar con opiniones distintas y a ejercer una toma de decisiones consciente basándonos en ellas. Igualmente, es nuestro deber contrastar ideas, analizar facciones y practicar la libertad de pensamiento con el convencimiento de que no todo está escorado hacia el mismo lado algo que, si algún empresario de buen entender y unos huevos como los del caballo de Espartero no lo remedia, ocurrirá a partir de ahora.
Lo que va a suceder, y no hay que ser Rappel para intuirlo, es que Internet se convertirá en el refugio del pensamiento de izquierdas. Quedarán publicaciones como Diagonal, por ejemplo, pero no creo yo que aumente su difusión, más que nada porque no habrá inversión que lo permita. Lo malo de ello es que la diversificación de las redes sociales sofocará la existencia de un portavoz unánime; lo bueno, su rapidez y enorme capacidad de difusión.
Otro asunto nada desdeñable es que al gobierno, esta mayoría universal que, según sus líderes, le ha aupado a lo más alto, parece haber sido bendecida hasta por su Dios que tanto alaban. Se han venido arriba sin darse cuenta de que la soberbia es muy peligrosa. Como peligrosa es, por ejemplo, la estigmatización que empiezan a hacer del parado: tal parece que quien no tiene trabajo estuviera en dicha situación porque le apetece. Me resulta aberrante culpar al trabajador de una miseria creada por las clases gobernantes (incluyendo en el mismo saco a políticos, empresarios y banqueros). Y no pienso que tenga muy buen pronóstico calentar los cascos a más de cinco millones de ciudadanos. Aunque no solo los hombres de negro del PP se dedican a estigmatizarnos; también nosotros ponemos de nuestra parte: hay una nueva clase de parados, de gran formación y que hasta ahora habían disfrutado de muy buenos empleos excepcionalmente bien pagados, a los que les da pudor confesar su situación incluso a los más íntimos. Como decía un amigo, preferimos quemar hasta los muebles antes de practicar algo tan sano como el networking: contar nuestra situación al mayor número de gente. Está demostrado que los nuevos empleos llegan, sobre todo, a través de contactos, por mucho que les choque a algunos, todavía anclados en la caduca escuela de la meritocracia.
Un panorama, ya digo, muy poco alentador. Hablando de escuelas es como, si de repente, a todos nos hubieran encerrado en un colegio de curas de la postguerra, en el que somos convenientemente adoctrinados y donde al que ose disentir se le castiga primero y se le expulsa después, principalmente de nuestras fronteras. No es por meter el dedo en el ojo, pero no estaría yo tan cómoda impartiendo disciplina espartana cuando, en cualquier momento, pueden venir los amigos alemanes y franceses a embargarnos los pupitres. Y, a lo mejor, hasta los curas. Los caminos de Dios son inescrutables...
No hay comentarios:
Publicar un comentario