domingo, 5 de febrero de 2012

Amén

Ayer estuve viendo Star Wars: Episodio 1, remasterizada y en 3D como corresponde a los tiempos tecnológicos que vivimos. Aun entendiendo que, siempre según mi parecer, es la peor de las tres películas que componen la precuela de la saga, he de confesar que sigo disfrutando como una enana cada vez que veo un sable láser aparecer por la puerta. El peso de mi infancia cae de golpe sobre mí.
Sin embargo, cuando uno ya ha visto las películas un nada despreciable número de veces, se ha fijado en el plano y el contraplano y ha contemplado los diálogos con la devoción de un estudiante preparando su tesina, es impepinable reparar en asuntos mayores. Por ejemplo, todas las connotaciones religiosas que encierra el asunto y que, seguramente, estarán íntimamente relacionados con los patrones que rigen el comportamiento de la sociedad norteamericana en general y el de George Lucas en particular. Tenemos, por ejemplo, el concepto de El Elegido que, resulta ser un niño cuya fecundación, como mínimo, ha sido dudosa. No sé si a alguien esto le trae recuerdos. También encontramos ese Consejo de Caballeros Jedi, reunidos cual apóstoles del bien y de la justicia, por no hablar de los siervos del demonio, rojos y con cuernos. Vamos, que no hay que ir muy allá para entender por qué la historia es como es.
Resulta curioso cómo la religión ha estado omnipresente entre los grandes autores de literatura de ciencia-ficción y/o fantasía. Podría poner muchos ejemplos, pero seguro que el de Tolkien es el más conocido y ya se han vertido suficientes discursos como para que yo me recree ahora en las cosas de Mordor. El bien y el mal, como concepto universal, reinan en todo lo que oímos, leemos y vemos, como una especie de adoctrinamiento silencioso (y muchas veces sesgado) que nos lleva a interiorizar como propios conceptos que, en el día a día, a lo mejor no están tan claros.
Que yo sepa, no existe ninguna religión que no se estructure alrededor de la misma base. Y, en realidad, todos creemos en una fuerza, esté en nosotros mismos, en la naturaleza (como sucede con la wicca, por ejemplo, que, por cierto, poco tiene que ver con la brujería o el budismo con el que siempre la relacionan) o en una entidad supraterrenal a la que concedemos el poder de regir nuestros sentidos La diferencia fundamental se esconde en el tipo de culto que practicamos (o no) para entrar en conexión con nuestras creencias. Pero, en lo demás, la arteria principal de nuestra moral, principios o como cada uno le guste llamar a lo que le recorre por dentro, somos más amigos que enemigos. Por mucho que nos empeñemos en demostrar lo contrario.
No obstante, creo que, al margen de esta ideología universal, cada uno contamos con nuestra propia forma de entender los conceptos y llevarlos a la práctica. Y ahí imposible que entre nadie. Porque yo puedo creer que algo que hago está bien sin caer en la cuenta, a lo mejor, que con ello estoy causando un gran daño a personas a las que aprecio; como también sucede al revés: puedo liar la del pulpo a sabiendas sin darme cuenta de que con ello le estoy haciendo el juego a alguien que no se lo merece y que con cuyo agradecimiento (nunca deseado) deberé cargar eternamente. Las intenciones de cada cual son de los jeroglíficos mas difíciles de interpretar de este mundo; de ahí los malentendidos y muchos de los rencores nunca resueltos. Así de complicadas son las cosas. En el fondo, esto es como todo: las ideas están muy bien en su mundo, pero cuando las pedimos prestadas sufren un cambio de look que no las conoce ni la madre que la parió. Luego vendrán otras detrás, como el arrepentimiento, la vergüenza, la duda, la desazón no identificada... esas cargas que todos llevamos encima y que tendemos a despejar con la ayuda última de nuestro peculiar oráculo: nuestro interior, el universo, la naturaleza o Dios.
Sin embargo, sí creo en ese precepto de "la fuerza" del universo Star Wars. Entendiendo por fuerza la capacidad de cada uno de reinterpretarse, reiventarse y entenderse para buscar nuevos caminos. Pienso que a veces las casualidades no son tal, sino situaciones buscadas y provocadas a las que dotamos de un halo de magia que no tienen, simplemente porque queremos que sean precisamente eso, mágicas. Y el tiempo demostrará que no lo son ni lo han sido nunca. La verdadera sorpresa está en lo inesperado, en las vueltas increíbles de la vida que te conducen a lugares y personas que, de una forma racional, permanecerían ajenos. Y sí, creo en la intuición, como también en nuestra sordera a la hora de no querer escuchar esa vocecita que nos dice que ésa no es la senda a seguir. Igualmente, pienso que el mismo consejo, cuando proviene de personas diferentes que conocen bien nuestra historia, está bien dado, por mucho que nos empeñemos en obviarlo. Porque no solo nuestra intuición es poderosa, sino la de los demás también y, del mismo modo que, contemplando una película en la pantalla podemos aventurar el final, la mayoría de la gente que nos observa es capaz de intuir perfectamente cuáles serán las consecuencias de nuestros actos. Entendemos su injerencia como mala, perniciosa y sesgada cuando no tiene por qué serlo necesariamente. Sobre todo si cuentan con todos los conocimientos y claves para emitir un juicio. Pero ahí están, el bien y el mal, como siempre, dando la matraca. Que la fuerza nos acompañe. A (casi) todos.

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