Parece que aquella historia de ciencia-ficción en la que una base de aviones espía se instalaba en lo más profundo de la provincia de Ourense empieza a tomar visos de realidad. Va a ser verdad que los OVNIS, haberlos, haylos.
Según cuentan las crónicas, a los norteamericanos ya no les sale rentable el mantener su colonia de zánganos (así se llaman los aparatos, que conste) en tierras italianas, y han decidido buscar otro emplazamiento al sol Mediterráneo, un lugar llano y por el que, a ser posible, no pase ni Dios. Y ya que nos ponemos, tampoco otros aviones. Digo yo que para lugar vacío de aeronaves tenían el aeropuerto de Castellón, que a todos nos produce tanta risa como miseria, pero se ve que no les convencía esa inmensa mole escultórica, que se parece a Fabra pero no es Fabra, y que corona tan magna edificación. Los zánganos de semejante monumento a la prevaricación humana son de otra calaña.
Y ahí tenemos a los habitantes del pueblo de Trasmiras, hechos un flan; ellos, que jamás pensaron que los herederos del Plan Marshall les tocarían de cerca como no fuera a través de una peli de Berlanga. Lógico. Porque Ourense no es precisamente el destino número uno de España: en invierno hace frío y en verano una calorina que ríete tú de Sevilla. Sus principales turistas son los que en su día emigraron y ahora retornan en vacaciones. O aquellos motivados por la estupenda propaganda que éstos hacen de su terruño allende nuestras fronteras. Así que es lógico que los ourensanos den palmas con las orejas.
No obstante, por mucho que al alcalde de Trasmiras se le hagan los ojos chiribitas pensando en la inversión y un número de empleos desmesurados (por encima de los 1.500, asegura), aquí todavía queda mucho por hacer. Más que nada porque el lugar de la futura base, hoy en día, no es más que un sembrado. Amplio, eso sí, pero sembrado de los de toda la vida. Asimismo, resulta obvio pensar que gran parte de esos nuevos empleados sean hijos del Tío Sam (me cuesta poco imaginármelos joystick en mano, dirigiendo aviones sin tripulantes con forma de supositorio), aunque sería de agradecer que importen con ellos sus costumbres consumistas y se dediquen a supervitaminar y mineralizar la economía, no de la zona, sino de toda España.
Porque no es menos cierto que en épocas de hambruna siempre hemos tenido al amigo americano dispuesto a echarnos una mano. Pasó tras nuestra infame guerra y aquí llegan de nuevo, preparados para convertir una aldea de Ourense en un centro aeronáutico de la más alta tecnología y a Madrid en un casino-lupanar que nos va a quitar de pobres. Sin embargo, no puedo dejar de pensar lo moderadamente bien que acogemos estos proyectos y lo mal que nos sientan otros. Por ejemplo, cuando un magnate ruso (con idénticos galones de supuesto mafioso que aquí el dueño norteamericano del casino) compra una empresa de las muy nuestras o a un jeque árabe le da por adquirir un club de fútbol. En cuanto a este último, tal vez sume y no pare el conflicto que mantuvimos en época de la reconquista sin darnos cuenta de que la mayoría de los españoles somos medio judíos sefardíes por parte de padre y moros por parte de madre. O al revés. Pero estamos convencidos de que el objetivo de árabes y europeos del este es hacer negocio y pasarnos por los morros sus dineros sin importarles nuestras cosas ni sentir nuestros colores. Será que los americanos del Norte no solo no vienen a hacer negocio, sino que vibran cada vez que la selección española marca un gol. Sí, será eso.
Pero, bueno, está claro que los españoles vamos a conservar nuestros prejuicios le guste al mundo o no. Porque además, a tercos no nos gana nadie. Lástima que se nos caigan parte de nuestros principios cuando ya no podamos echarles la culpa de la debacle laboral a los inmigrantes. Es un axioma básico de economía el que, si una nación recibe a un número ingente de inmigrasen, los sueldos bajan (más gente para un mismo puesto); sin embargo, en nuestro caso, aquellos que recibimos en su día están retornando a sus países y, sin embargo, nuestros sueldos continúan bajando en caída libre. ¿A quién le cargamos ahora con el marrón? Creo profundamente en nuestro empeño en preservar los prejuicios contra los demás porque "aquel es del Pollardos Fútbol Club y todos los del Pollardos son imbéciles", "éste tiene hijos y a mí no me gustan los niños" "el otro es de la cuerda de Felipe González" y "ésa es una vieja de más de 40 años". No es nuestra culpa; es que la educación nos ha hecho así.
En resumen, que más nos vale que vayamos abriendo nuestros brazos a la inversión extranjera y afrontemos lo desconocido como una lavativa que al final cura. A fin de cuentas, ya tenemos muchas multinacionales que en su día llegaron para hacer negocio y, ahora, que el negocio ya no es tal, son las primeros en abandonar el barco y retirarse a sus países dejando detrás un montón de náufragos. Y no quiero señalar. Ante esto, el que vengan los americanos y nos metan sus ultrasónicos supositorios por la esquina norte es un regalo. De los cielos, por supuesto.
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