lunes, 20 de febrero de 2012

Sectarios

Válgame Dios. Cuando ya estaba yo a punto de abrazar hisopos congratulándome de la autobajada de sueldo del obispo de Solsona, Xavier Novell, con el fin de alegrar un poco la merienda a sus feligreses (a eso lo llamo yo caridad cristiana) va su colega mirando desde abajo, cardenal Lluís Martínez Sistach, y me despierta con susto de esa levitación en la que andaba yo tan entretenida. Luego me dirán que siempre acabo hablando de lo mismo pero, como diría Calimero, "me lo ponen a huevo".
Parece ser que el amigo Lluís, entre rezo y rezo, ha entregado su alma a los pensamientos profundos (la cabeza debía de andarle por otros pagos) llegando a la concusión de que los niños sin formación religiosa tienen mayor facilidad para ser atraídos por sectas y fundamentalismos. Vayamos por pedazos, que diría mi carnicero. Según el diccionario, la palabra secta significa "doctrina religiosa o ideológica que se diferencia o independiza de otra". Si tomamos tal definición a la letra y a gran escala, el catolicismo, el protestantismo, el calvinismo etc., vendrían a ser sectas dentro de una religión que sería la cristiana. Puestos a reducir -y siempre sin salirnos de los parámetros de la definición- el Opus Dei, los Kikos y los Legionarios de Cristo serían una secta o una subsecta dentro del catolicismo. Pero no solo ellos: cualquier corriente que se diferenciara de la vara troncal podría ser considerada como secta. A lo mejor el señor Lluís está advirtiéndonos de ello, del peligro de ciertos movimientos grupales que pacen en los fermosos campos de la Iglesia. Quizás, en un alarde de autocrítica, ve peligrar los ingenuos corazones y pretende vaciar de un golpe las aulas de alguno de esos colegios que tanto admira Esperanza Aguirre. Le voy a seguir dando vueltas, porque no sé por qué me da que los tiros no van por ahí.
No contento con soltar semejante bravata, asegura el señor cardenal que solo las clases de religión ofrecen "valores sólidos y permanentes que pueden dar significado y finalidad a sus vidas". Como hoy estoy de buen humor, no voy a echar más leña al fuego detallando los "valores sólidos y permanentes" que una deleznable parte de la curia ha estado inculcando a los tiernos infantes durante décadas. Como todo, resulta imposible generalizar, pero también es cierto que me parece tremendamente reprobable que estos señores, con tamaña facilidad de palabra, no dediquen ni un minuto de su ocupadísimo tiempo en ofrecer disculpas por los traumas que muchos de los de su gremio han causado a sus jóvenes feligreses. En cambio, parece ser que sí tienen sus buenos ratos libres para adoctrinarnos sobre cómo debemos de vivir nuestras vidas, cuántos hijos debemos tener y a quién le podemos permitir que nos meta mano.
Pero, tranquilos, que aún hay más. Y es que no contento con semejante sermón, el cardenal añade que el analfabetismo de cultura religiosa incide en el nivel cultural general más bien bajo de las pobres criaturas. Como ya dije en otra ocasión, el haber estudiado religión me servido para una cosa: dudar de casi todos los preceptos que sostienen el catolicismo. Espero que eso, a ojos de Martínez Sistach, también sea bueno. O a lo mejor él también tendría que darle unas vueltas y aventurar las consecuencias de la ardua tarea del pensar. Y como no me quedo a gusto, añado que a lo que he sacado mayor partido de toda la cultura religiosa que me metí entre pecho y espalda fueron los estudios de las religiones del mundo, algo que, hoy en día, se aprende en las asignaturas de Historia y/o Alternativa. No entiendo que un niño sea más culto sabiéndose la Biblia de pe a pa que otro capaz de hacerte un somero resumen de los orígenes, principios y mandamientos que sostienen los grandes cultos del mundo conocido. A lo mejor es que el problema lo tengo yo, que he perdido el oremus en mi esforzada defensa del agnosticismo.
Siempre he dicho que los valores que rigen nuestra vida son herencia del cristianismo, pero es algo tan interiorizado, tan de educación primigenia y núcleo familiar, que no creo necesario que venga un señor con sotana a decirnos que seamos buenos, hagamos el bien y perdonemos a los otros. De hecho, conozco a mucha gente, educada en colegios religiosos, que ni es buena, ni hace el bien ni se dedica a perdonar sino a fastidiar y malmeter como si no hubiera un mañana. Claro que ellos tienen bula: con arrepentirse de sus pecados microsegundos antes de diñarla, ya tienen garantizada una mansión con vistas en primera línea de Cielo.
Creo que el poseer estudios, en general, es bueno. Igual que pienso que saber más geografía o más matemáticas que nadie no te hacen ser mejor persona; si acaso, te pueden garantizar un futuro profesional o una intervención honrosa en algún concurso de la tele. En cambio sí te marca encontrar (y conservar) personas que enriquecen tu vida e inteligencia, aprender de tus errores, saber curarte las heridas del alma, desarrollar tu talento, conocer otras culturas.... esas experiencias que te convierten en un individuo más tolerante y más sabio. Algo que, probablemente, nunca llegues a probar si tu vida transcurre entre las cuatro paredes de una iglesia fiscalizando el comportamiento de unos cuantos y maldiciendo a los que se cuestionan ciertas supuestas verdades. Porque para dar lecciones de vida, hay que haber vivido; para saber lo que es no tener conocimientos, hay que poseerlos; para entender lo que es la compasión, hay que haberla implorado. Y no sé yo si estos señores de misal mediático serían capaces de encontrar el Neruda que llevan dentro y entonar un "Confieso que he vivido". Si acaso, que se confiesen otros.

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