Sin duda, la pregunta boba de esta semana, que he oído varias veces y en distintos lugares, ha sido: "¿Matarías por la monarquía?". No creo que nadie en su sano juicio haya contestado que sí, principalmente porque Urdangarín (sujeto de semejante memez) no es el invasor francés y todavía faltan unos cuantos días para el 2 de mayo. Pero imagino que, si queda alguien todavía dispuesto a morir por la patria, que supongo que sí, tiene que haber quien esté encantado de poder colgarse de un blasón por el bien de la institución reinante.
A mí, estos conceptos de monarquía y patria como bienes absolutos me suenan a horizontes lejanos. El primero, porque soy incapaz de identificar mi supervivencia con el bienestar de una familia que no sea la mía y, segundo, porque me he educado en un país donde el concepto patriota solo funciona en los eventos deportivos y cuando hay que sacar pecho frente a unos muñecos franceses. Uno de mis profesores, parafraseando a Zambrano, decía que la juventud se caracteriza por el afianzamiento del yo frente al mundo y la madurez, por el afianzamiento del yo frente al yo mismo. En este sentido, España sería una nación adolescente, porque siempre ha estado más interesada en conquistar primero y en calibrar lo que pensarían los demás de ella después, en lugar de mirarse un poco el ombligo y solucionar, por ejemplo, los conflictos autonómicos que todavía nos causan escozor.
Dándole vueltas a todo esto, no sé por qué me vino a la cabeza la triste historia de Pat Tillman, aquel jugador de la NFL (liga de fútbol americano). El chaval era muy bueno en lo suyo, una especie de Messi del rugby, hasta que se produjeron los atentados del 11S y algo se le movió por dentro. Con el tiempo, dejó un contrato hipersupermillonario y se alistó en los rangers, ese batallón de soldados acostumbrados a dar mamporros como hogazas y meter la nariz allá donde puede haber un señor sospechoso de pasar sus ratos libres fabricando bombas de neutrones. Con el patriotismo subido se fue a Irak, volvió, y, como la experiencia le había sabido a poco, se largó a Afganistán. Hasta que un fatídico día de 2004, sorprendido en una emboscada, murió. El país, en aquel entonces gobernado por Bush jr., lloró lo que no está escrito por el buen hijo, excelente jugador y mejor patriota que se les había ido. Hasta que, poco a poco y con cuentagotas, fue saliendo la verdad gracias al nunca desdeñable testimonio de testigos. Según contaron éstos, Pat murió por obra y desgracia del fuego amigo, cuando unos compañeros que venían detrás no vieron la señal de ayuda, repararon solo en el convoy afgano y tiraron a matar sin darse cuenta de que, en medio, se jugaba la vida parte de la tropa amiga. Tal cual. Y no solo eso, los soldados que acompañaron al cabo Pat en Afganistán recogieron sus palabras de arrepentimiento durante las noches a la fresca, cuando Tillman afirmaba no entender qué hacían allí los americanos, que aquello era poco menos que una guerra absurda abocada a la destrucción de vidas civiles. Esto último no lo contaron la mayoría de los medios de su país, faltaría más, pero si todos lo pudimos leer en el Marca (transformado por un día en panfleto rojo y revolucionario; quién lo iba a decir) vía agencias, supongo que algo de verdad tendría.
En fin, que si ya me parece complicado darle la mano al que tenemos al lado y que éste se digne a dártela a ti (en algún momento todos nos esperamos más de alguien y por respuesta recibimos un tremendo sopapo en toda la dignidad que nos deja el corazón llorando sangre), me resulta inconcebible, en tiempos de la globalización, soñar con entregar tu vida -sin duda lo mejor que tienes y, en ocasiones, lo único- a conceptos tan etéreos como patria y monarquía. Los ejércitos se han profesionalizado, ergo estás en ellos porque es un trabajo donde recibes un salario. Obviamente, asumes riesgos, aunque son muy pocas profesiones las que pueden presumir de no tenerlos en mayor o medida. De acuerdo que Estados Unidos ha trabajado mucho el concepto de nación, en innumerables ocasiones de manera torticera, empleando para ello la idea de unión frente al enemigo ficticio, aunque también opino que el caso norteamericano no es tan extrapolable como el cine de Hollywood nos da a entender. Y que el paradigma de lealtad da muy bien en cámara, pero en la realidad es bajito, feo y tirando a cobarde.
Dejemos a las testas coronados que resuelvan sus asuntos de palacio mientras continúan agarrados con uñas y dientes a la herencia por gracia de Dios, y dediquémonos a nuestra historia, que bastante guerra nos da ya. Como banda sonora, dejo aquí una canción de uno de mis grupos favoritos de todos los tiempos. A disfrutarla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario