En mi humilde opinión, la rivalidad es una cosa sana. Entre otros motivos, porque te ayuda a crecer como persona, a madurar y a aprender a luchar por lo que quieres. Pero además de sana es inevitable, ya que cuando hay dos actores con dos objetivos, irremediablemente surge un conflicto. Y cuando son dos actores con un mismo objetivo que solo puede pertenecer a uno de ellos, es la guerra.
De entre todas las rivalidades, se dice que la más festiva es la deportiva. Yo pienso que la deportiva constituye solo un elemento más de un enfrentamiento amplio, que puede poseer connotaciones políticas, económicas, sociales e incluso afectivas. Ahí tenemos, por ejemplo, los enconos que surgen entre dos clubs deportivos de una misma ciudad que, normalmente, suelen representar a dos clases sociales dispares: uno el de los ricos, otro el de los proletarios; uno el de la gente de derechas; el otro el de los de izquierdas. Tal enfrentamiento es lógico y sirve de acicate para hacer medrar las rencillas pero, paradójicamente, también para superarlas.
Quienes no parecen haber superado casi nada, y menos las distancias, son Madrid y Barcelona, dos ciudades maduras que, a poco que las dejes, se comportan como aldeas de teta. Desde que Barcelona saboreó la gloria olímpica, en Madrid han querido hacer lo propio, y ahí tenemos a las autoridades, presentando una y otra vez la misma candidatura que nos ha costado sudor pergeñar, pero, sobre todo, lo que nos ha costado ha sido dinero. En esta última ocasión, ya con todo el pescado vendido y el capital privado haciéndose cargo de lo que el erario público se ve incapaz de defender, los méritos de la ciudad se promocionan con desgana. A muchos nos parece un soberano marrón, del color de la ñapa ésa que nos han puesto por logo. Me imagino a los barceloneses haciendo chistes con el quiero y no puedo de Madrid y hasta me congratulo de ello. La retirada a tiempo es una victoria y no por mucho intentarlo vas a acumular méritos. Esto, que es una verdad de las gordas, parece haberle caído ídem a las autoridades, que siguen intentado encender la antorcha olímpica a base de soplidos. Reconozcámoslo: de tanto reventar la hucha, el cerdito se nos ha quedado en el chasis y ya no tenemos ni para sobornar a los miembros del Comité Olímpico con jamón de Jabugo y unos bailes arrejuntados en el Corral de la Pacheca. Así estamos de pobretones.
Pero mientras la cosa olímpica se hunde, una vez más, en el retrete de la burocracia y los chanchullos, el mal gusto y la ruina, los que vivimos en Madrid seguimos con nuestro particular duelo con los catalanes. En este caso toca batirse por la dama de los rizos de oro, esa macrociudad del vicio y el fornicio que un tal Sheldon Adelson quiere montar en algún lugar de la piel del toro, sea Badalona o Alcorcón.
Quien haya leído mi post al respecto ya sabrá de qué va este asunto de Las Vegas mediterráneas. Una macrociudad del juego cuya instalación exige cosas tan bonitas como crear un paraíso fiscal para que los casinos de Sheldon se pongan las botas y los zapatos de tacón si hace falta; contratos laborales tan precarios que a su lado la reforma laboral del PP nos parecería hasta sexy; el fin de la prohibición de fumar en lugares cerrados y, esto es lo último, que se levante la veda y los ludópatas puedan entrar en los casinos. A fin de cuentas, como el señor Adelson sabe muy bien, ellos son quienes nutren la panza de este gigante del oropel. A Aguirre y Botella, dos chicas sesudas e inteligentes, se les hizo la parte baja de la espalda agua limón en cuanto escucharon semejante sarta de estupideces. Donde los demás vemos la palabra lupanar en su versión más cutrechusca, ellas contemplan fajos y fajos de billetes. Es lo que tiene dedicarse a la alta política, que te cambia la perspectiva de las cosas.
Otro que no tardó en compartir tan extraordinaria visión fue Artur Mas, que no podía consentir que Madrid se llevara el oro mientras ellos, en Barcelona, no llegaban ni al bronce. Al parecer, el amigo americano ya le fue con los cantos de sirena al anterior gobierno tripartito, que le mandó a pastar a Texas tras hacer oídos sordos a las peticiones del oyente. Pero Mas, el Rey de los Recortables, es de otra pasta. Nunca mejor dicho. No solo le pone el competir con la capital; es que tanto dinero junto pone a cualquiera. Y, sin embargo, tras invitar a Adelson a dar un paseo por los descampados más floridos de las tierras catalanas, le entró ese extraño ataque de sensatez que tan bien nos sienta a los del Norte. En contra de lo que todos imaginábamos, ha decidido dejar las cosas en un Pasapalabra. Que el rosco se lo lleve Madrid, que a ellos ciertos cambios, como el de la legislación urbanística, ya les dio tos en su día y ahora lo están purgando con neumonía.
Para terminar, he de añadir un pequeño detalle: no dudo que el Madrid esta temporada lo va a ganar casi todo (como ya confesé, me van mejor las cosas con las victorias merengues, circunstancia que me tiene la moral un poco perjudicada) y hasta puede que se lleve el premio gordo y le toque un casino entero. O varios. Si después, además, por una cruel jugada del destino, nos cae el euromillón de las Olimpiadas, mejor que nos pongamos ya mirando para Cuenca. Porque el vicio de jugar no es nada comparado al que nuestro Ayuntamiento tiene de pedir. Es lo que conlleva el placer, que según por donde te entre, duele.
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