sábado, 4 de febrero de 2012

Femenino singular

A pocas horas de que se elija al nuevo secretario general del partido socialista (nombre que, con toda probabilidad, también coincidirá con el del próximo candidato a presidir el gobierno de España) los que no tenemos ninguna relación, ni cordial ni de talante, con la formación, estamos así, a verlas venir. En mi caso, ya he expresado más de una vez mi opinión: desde la lejanía que me confiere cierto pasotismo, creo que Rubalcaba es un buen mano derecha de cualquier líder y de Chacón no me creo nada. Y digo esto último aun a sabiendas de que el yugo feminista podría caer sobre mí en el momento más inoportuno.
No me gusta Chacón, no por el hecho de ser mujer (siempre he sido bastante fan de María Teresa Fernández de la Vega, por ejemplo) sino porque soy incapaz de ver más allá de esa superficie de cartoon tristón que ofrece hasta cuando sonríe. Me parece poco sensato pedir el voto por la candidata solo partiendo de su condición de mujer, como si el género bastara, por sí solo, para sacar adelante un país. Pero, claro, lo dice alguien que, una vez más, tiene sentimientos encontrados respecto a las cuotas femeninas y la paridad.
Pienso que, sobre todo en determinados países con un parlamento eminentemente machista, el establecer cuotas femeninas es necesario para demostrarle a la población que las mujeres son capaces de hacer cosas y animar a las valientes a participar de la vida política. Si entramos más a fondo en el tema, sin embargo, nos encontramos con una contradicción de serie: no hay que ser un lince para observar que contamos con menos damas en esto de la política (sobre todo las bases) porque, sencillamente, nosotras tenemos muchas cosas hacer. Ellos, los varones, pueden mantener reuniones de la ejecutiva o de lo que sea a las once de la noche; sin embargo, son pocas las madres de familia que se puedan permitir el lujo de abandonar el sueño de sus hijos para ir a una asamblea a última hora de hoy, y mañana también. Es lógico la participación activa entre las jóvenes; como también que ésta decaiga en cuanto empiezan a aceptar otro tipo de compromisos. Así estamos. Las políticas son, en muchos casos, mujeres sin cargas familiares o señoras con una vida muy fácil y mucha ayuda doméstica (lo que vendría a suponer una nueva discriminación, la socioeconómica). Aunque, claro, también está esa tercera vía, la de las chicas del PP, capaces de tirar unas sus derechos por el retrete a mayor gloria líder, y encantadas otras "de realizar las tareas domésticas", como aseguran sus compañeros de bancada. Pues vale.
Volviendo al tema de las cuotas, reconozco que me producen cierta desazón. A mi entender, el ideal sería estar por encima de toda esa cuestión de género: reconocer la valía de una persona por lo que es, por sus proyectos, por su capacidad y por su inteligencia, no por su sexo. Eso es a los que todos debemos de aspirar y el que debería ser la meta del postfeminismo del siglo XXI: luchar para que las cuotas constituyan una rémora del pasado o un coladero de sinsustancias.
Obviamente, todavía falta camino por recorrer y mucha conciliación que tratar. Porque la discriminación sigue escondida donde menos lo imaginamos. El otro día, la socióloga Marisa Revilla hablaba de "urbanismo machista" y no le faltaba razón. Decía que las ciudades están diseñadas por y para hombres: un espacio donde vivir, un espacio para trabajar, un espacio donde comprar.... todos pensados para ser recorridos de uno en uno y en distintos tiempos. Sin embargo, una mujer, que trabaje y sea madre, necesita otra cosa: un lugar donde pueda comprar y trabajar y una vivienda que no esté a kilómetros de distancia de estos últimos dificultándole enormemente la existencia. Sin embargo, lejos de solucionar el problema desde el origen, las autoridades han optado por una vía muy revolucionaria: abrir tiendas 24 horas para desgaste una vez más de las mujeres que son, principalmente, el sector encargado de atender al público en ese horario extra que, según parece, se nos regala en aras de la conciliación. Ahí lo dejo.
Es cierto que hemos avanzado mucho y también que a la igualdad le queda todavía bastante recorrido. Pero ya es hora de que entendamos que la superwoman es, en realidad, una superagotada que se arrastra por las esquinas y que hay que soltar lastre si queremos sobrevivir y realizarnos como personas. Eso por un lado; por otro, no estaría mal convencernos de que valemos y reclamar nuestro derecho en la vida política y pública sabiendo que somos capaces, no ya de hacerlo mejor que cualquier hombre sino tan bien (o tan mal) como la mayoría de ellos. El objetivo: que las comparaciones, mas pronto que tarde, dejen de ser odiosas.


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