Las riñas entre vecinos es un clásico. Yo diría que, junto con las peleas de novios, conforman el dúo más dinámico de las relaciones sociales. La envidia, el rencor, el mirar por encima del hombro y el cotilleo fino son más de lo mismo entre quienes habitan espacios colindantes, que observan la vida del de al lado como si de una telenovela se tratara.
Lógicamente, teniendo en cuenta que entre quienes habitan el mismo edificio la cosa se pone a veces insoportable, entre países colindantes el asunto puede alcanzar tintes de dramatismo. No hablo ya de los conflictos bélicos, sino de la insistencia en tocar las pelotas allá donde más duele: el honor patrio. Y en esto, amigos, el conflicto bilateral España y Francia ha dado para muchos chistes y alguna que otra lágrima.
Si analizamos el enfrentamiento de baja cama que nos traemos galos e hispanos desde hace siglos, comprobaremos que el hecho de que, durante bastante tiempo, uno haya sido el rico y el otro el pobre, nos ha marcado a fuego. Si no, no es de recibo que a Portugal le queramos, como mínimo, hacer un hijo, mientras a los franceses, lo que nos gustaría de verdad es hacerles la puñeta. Tanto historial común de fronteras cortadas, camioneros portándose como verduleros al ritmo de allons enfants de la patrie, humillaciones políticas y aplastamientos deportivos nos han hecho mirar al país vecino con mal de ojo.
En el fondo, vete tú a saber si este país no se declara monárquico recordando aquel triste episodio en el que Fernando VII fue rehén de las tropas francesas. A lo mejor, si hubiera sido amedrentado por albano-kosovares, hoy estaríamos dando vivas a la República y poniéndoles pisos de protección oficial a los albaneses en alguna playa de Ibiza. Es una idea.
Pero hete aquí que la historia nos ha permitido vengarnos a través de las gestas deportivas de nuestros musculados mozos. Daba gusto ver a Rafa Nadal triunfando en Roland Garros, a Contador merendándose los Tours o a la selección española de más de una disciplina dándole su buen repaso a su homónima francesa. Pero lo mejor era observar el gesto contraído de los franceses, notarles obligados a vomitar palabras amables sabiendo que la bilis se les estaba haciendo un ocho... Todas esas cosas que, en el fondo, alegran y suben la moral del españolito de a pie.
Por ello, que a Contador se le condene como gran gurú del dopaje a instancias galas no convence; que los guiñoles franceses insinúen que Rafa Nadal le da a algo más que al colacao y a los bonos de Banesto duele; que Yannick Noah, ese ejemplo de vida sana y costumbres rectas, dude de lo que toman los españoles en el desayuno espanta y que Platini se ponga farruco con los futbolistas españoles, directamente, cansa. Estamos convencidos de que, tras muchos experimentos de laboratorio para aguarnos la fiesta, al fin los galos han encontrado una vía de acción que les permite ejercer su derecho al pataleo, y eso acrecienta más nuestra conciencia común de pueblo español levantado en armas contra el enemigo. No digo yo que nos falte razón, aunque nos sobre mala leche cuando llenamos de epítetos la definición de lo que viene a ser un francés (que nadie se ponga en plan desviado que nos conocemos). Da igual que sus satíricos guiñoles pongan a parir a todo lo que se menea (desde Carla Bruni a Tony Parker); a nosotros los que nos molesta es que nos toquen lo nuestro. Y con razón, porque toda duda ofende y la duda, cuando la formula un galo, ofende más.
No obstante, es obligado puntualizar que Dios debe de ser español, porque sin haber pasado por ventanilla, nos ha regalado, en última instancia, una sonora acusación de dopaje contra Jeannie Longo, la ciclista estrella más allá de los Pirineos. Aquí, cada ombligo que se limpie sus propias pelusas. Pero el "y tú más" no es nuestra única arma de destrucción más fina en estos momentos: ahí tenemos a Jose Mota obsequiándonos con sus imitaciones de Sarkozy. Los franceses tienen sus guiñoles, pero a nosotros, españolitos bajitos, morenos y cabreados, no nos cabe el orgullo hispano en el pecho tras haber parido y jaleado a semejante ridículo remedo del presidente francés. Nos quedan la mofa, la befa y, si acaso, la fifa. Mientras pensamos qué vichyssoise hacer con ellas, ya estamos tardando en comernos nuestro queso y pasar del francés. Total, está lleno de agujeros...
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