viernes, 6 de enero de 2012

De lujo

Me resulta muy difícil entender por qué, desde las altas esferas que nos iluminan, se insiste en cargar el peso de la crisis sobre las clases medias. En este sentido, la subida de impuestos que no-dije-pero-ahora-digo del desaparecido en combate Rajoy no es más que otra muesca en este revolver sin culata que, cualquier día, se encasquilla y nos finiquita allí mismo. Según todos hemos podido leer, la dichosa subida por tramos implicará un veintimuchos por cien de mayor carga para las rentas más bajas y, alrededor de un 16% para las más altas. Lo de siempre, vamos.
Produce repugnancia que, ante el ahogamiento que padecemos todos, esos entes diabólicos llamados mercados se empeñen en ayudar primero al que más tiene para que, si a éste le parece bien, eche una manita al menos favorecido. Pero es que resulta que el rico trinca el dinero de todos y se gana el paraíso (fiscal). No me extraña que el sector del lujo en España y en el mundo vaya como un tiro: los gobiernos se han unido como un solo hombre a la hora de compensar tantas pérdidas de millones en aras de la especulación. Pero es que, además, al gran empresario se le cubre de gloria facilitándole el sumum del ahorro máximo: el despido. ¿Acaso hay alguna receta más sencilla para ahorrar costes que echar al trabajador? Si su puesto es necesario, se le sustituye por alguien que cobra menos (¿quién dijo eficacia?) y, si no es necesario, eso que me quito de encima. Nada mejor para desequilibrar la balanza a favor de uno que tirar al resto por la borda. En Érase una vez el hombre creo que lo llamaban la "ley de la jungla". Somos taaaaan primitivos...
Cada vez que escucho noticias sobre lo bien que marcha el sector del lujo se me sube la bilis. Sobre todo porque, el que un rico se haga más rico implica que un buen sector de hadas de clase media han perdido las alas. Como ya dije en su día, pero repito porque soy así de pesada, estamos contribuyendo al nacimiento de un nuevo estrato social, el de los descastados, con lo que dentro de un tiempo observaremos un cuadro digno de la serie negra de Goya: a un lado los muy ricos y los ricos a secas,  y al otro los pobres y los parias. Y, entre ellos, los muertos de asco.
Además, este rayo que no cesa ha creado un curioso fenómeno conocido por el chispeante nombre de low cost. A la sombra de la milonga de los bajos precios está creciendo una saludable industria que no sé si creará nuevos puestos de trabajo, pero seguro alimenta las barrigas de los magnates con caviar del bueno. Si reflexionamos un poco, compramos moda low cost para no despegarnos de las tendencias, consumimos tecnología ídem para ir a la última, aunque sea aparentemente... Y así hasta el infinito. En el caso de la moda, la misma fugacidad del concepto nos lleva a invertir en productos que a los quince días ya están obsoletos, con lo que el círculo nunca acaba de cerrarse. Nos abandonamos a la lujuria de los precios baratos sin caer en la cuenta de que éste es el chocolate del loro y la moda se vuelve cada vez más efímera para que los empresarios puedan compensar beneficios + gastos. No sé si me explico...
Que conste que siempre he pensado que uno de los principales resortes que hay que estimular para salir de la crisis es el consumo. Pero el consumo no se alienta con una subida de impuestos que acabe gripándolo. Otra cosa sería que dicha subida se efectuara para garantizar el correcto disfrute de los servicios públicos que más se están resistiendo por los recortes, pero dudo que sea así. Y tampoco el gobierno conseguirá estimular la demanda reduciendo salarios y permitiendo al empresario, nuevamente, aumentar sus beneficios a costa del deslome de los trabajadores sin compensación alguna, ni de horario ni, por supuesto, pecuniaria (¿es ésta la conciliación que tanto predicaron?). Solo conseguirá que unos continúen viviendo de lujo y otros de pena.
Es curioso cómo la economía global contagia la emoción práctica. Ese sentimiento de, "para qué me voy a esforzar" está llegando a todos los ámbitos de nuestra existencia sin que nos demos cuenta. Observo a mi alrededor que la gente pelea solo por lo fácil, como si el hecho de batallar en sí mismo ya tuviera un valor, y siempre y cuando el objetivo se coloque a tiro en plan "es que la vida me lo ha puesto a huevo". Y no hay que olvidar que de los huevos suelen salir gallinas. De esto ya he hablado anteriormente, pero no puedo dejar de insistir en que las metas se evalúan, no solo por lo que cuesta llegar a ellas, sino por la meta en sí, por muy lejana y rodeada de obstáculos que nos parezca. Y cuando el fin compensa y de verdad vale la pena, entonces hay que poner toda la carne en el asador, asumir miras más elevadas y, por qué no, complicadas, y no meternos en una guerra low cost justificada con un esfuerzo pírrico y de gratificación efímera y traicionera a la que, seguramente, más pronto que tarde, le veremos las orejas.
Nuestros hábitos se modifican en todos los aspectos, pero creo que todavía podemos cambiar para mejor por mucho que algunos se empeñen en cultivar en nosotros el inmovilismo y la resignación. Los verdaderos brotes verdes somos los de a pie, los mismos que escondemos unos hermosos bulbos bajo tierra. Solo nos hace falta algo de fuerza y determinación que sacarlos de su letargo. Y, ya puestos, que dejen de jarrear malas noticias, que tengo el paraguas hecho una pena. Eso me pasa por comprar low cost...

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