Sinceramente, creo que, distraídos como andamos, no hemos prestado suficiente atención a la muerte de Kim Jong Il, el dictador de Corea del Norte, que el cielo tenga en su gloria, y cuyo principal mérito en vida fue el de no defecar. Sí señor@s: según sus biógrafos, este hombre jamás hizo de vientre; lo que me extraña, visto lo visto, es que no muriera mucho antes.
Aparte de ser un genocida de manual, de conseguir que sus paisanos pasaran más hambre que la estatua de cera de Urdangarín y de aislar a la población para que no supiera absolutamente nada del mundo exterior (sí, como en la película El bosque y que nadie se mosquee por el spoiler), el gobernante máximo de ese país pseudocomunista se hizo preparar una biografía que ya la quisiera Sarkozy para salir a ligar. Entre otras tontadas, el escrito viene a decir que Kim Jong empezó a caminar a la tierna edad de tres semanas y que con cinco -semanas, insisto- ya estaba el chaval preparado para soltar discursos al más puro estilo Fidel Castro. La conversión de espermatozoide en Baby Einstein quizás se deba a que, siempre según la versión oficial, el hombre nació en un volcán, lugar cómodo y, sobre todo, calentito, donde los haya. Y ya sabemos que, en un país con tanto gusto por lo atómico, la lava, sí o sí, tiene que ser radiactiva.
Insiste su biografía en contarnos las verdades del salvador de la patria, un buen puñado de hechos históricamente comprobados como sus increíbles habilidades en el juego del golf, donde no resultaba raro verle hacer once hoyos en un solo golpe. Además, era un literato de pro, hasta el punto de llegar a escribir 1.500 libros en tres años. Como se ve que, entre cuartilla y cuartilla, le sobraba tiempo, aquí el mandatario enemigo se puso a practicar el lenguaje musical y parió seis de las óperas más importantes de la humanidad en un trienio. Qué lástima que nadie las haya representando en occidente, porque apuesto a que quedaríamos maravillados.
Podría seguir y no parar contando las bondades de este singular personaje, pero solo voy a mencionar una más: la maquinaria gubernamental se esmeró muchísimo en convencer al pueblo de que su líder era un icono de la moda. Vamos, que aquellos monos entallados y las gafas de sol constituían una alegría para el cuerpo que no se podía aguantar y que el resto del mundo imitaba embelesado al señor todopoderoso, calzándonos las plataformas y poniéndonos los monos hasta para ir a la piscina. Ya estamos tardando los españoles en hacer trapos el traje de faralaes y la vestimenta de torero para abrazar el supertrendy diseño norcoreano.
Si la propaganda se basó en semejante sarta de estupideces, no quiero ni pensar cómo les puede regir la cabeza a los habitantes del país. El lavado de cerebro debe de ser digno de estudio, pero también un claro ejemplo de que el ejercicio de machaque psicológico, aplicado a diario y con ensañamiento, puede producir un aborregamiento de proporciones épicas.
Todos conocemos a personas, y creo que esto ya lo he mencionado en algún post, que ejercen y han ejercido de líderes de la manada cuando su única cualidad ha sido convertir en mierda a todo aquel que se les acercaba a menos de tres metros. Este tipo de iluminados que, vistos desde fuera, producen mucha desazón, pero contemplados desde dentro deben de ser una especie de gurús de la verdad y felicidad suprema. Tanto es así que, quienes les acompañan, tal vez cegados por la luz que emana el óxido que tienen delante, son incapaces de ver el mundo con objetividad, dilucidar quién de verdad merece sus afectos y quién ha estado a su lado y le ha aportado más y mejores cosas. Es un fenómeno que siempre me ha llamado la atención, porque he visto a buenas personas que se han dejado atrapar en las redes de entes carentes de escrúpulos sin rechistar, hasta el extremo de acabar mutando en masa sin personalidad. Me imagino que es como contemplar que alguien próximo a ti ha sido engullido por una secta y no eres capaz de convencerle de lo pernicioso que es eso para él. De hecho, antes te atacaría a ti con ensañamiento que robarle una gominola a cualquiera de su nuevo grupito de amigos.
Si este fenómeno da entre asco y pena cuando se refiere a personas individuales, no puedo imaginar los lamentables niveles de absurdez que puede llegar a alcanzar cuando se extiende a todo un país. Para empezar, si un líder se esmera tanto en crear, dibujar y diseñar semejante sarta de tontadas para que la población crea en su derecho a dirigirlos es que, en el fondo, se trata de un pobre hombre lleno de inseguridades e incapaz de tomar decisiones sin consultarlo antes con la bola de cristal. Este tipo de personas, que en el fondo son completamente conscientes de no merecer el carisma que les atribuyen, solo pueden relacionarse por medio del terror y las amenazas, inventándose enemigos externos si no los tienen ya y convenciendo a los rebaños de que ellos, y solo ellos, podrán salvarles en caso de ataque. El mismo ataque que, seguro, seguro, se producirá ya no hoy, sino mañana.
Es lógico que, cualquier habitante de Corea del Norte, criado en la amenaza, en el aislamiento y en la creencia de que su líder es un superhombre con poderes mágicos, esté abocado a una vida de sometimiento. Como en los casos de los falsos líderes individuales, empeñados en que adoptemos sus quejas, manías y fobias como propias, la exigencia es siempre la misma: que, al igual que los perros adiestrados por el señor Millán, todos seamos sumisos y tranquilos. A mí, que normalmente solo soy sumisa y tranquila cuando duermo y muchas veces ni eso, me resulta hasta morboso contemplar todos estos fenómenos protagonizados por ídolos de pacotilla. Intento ponerme en la piel de unos y de otros, solo para conseguir que me pueda el desconcierto. Y del desconcierto paso al cabreo en cero coma.
Mi mayor esperanza ahora es que a Kim Jong Un, el heredero, digno sucesor de su padre hasta el punto de que, según cuentan, se ha hecho la estética para parecerse a él (los monos y las gafas vienen de serie; deben de repartirlos en el volcán donde nacen) se le ocurra la brillante idea de abrir su país al turismo exterior. Y si el asunto no le convence, no sé, permitir que se celebre alguna competición deportiva internacional, un encuentro de expertos en parchís... cualquier cosa, inocente en las formas, pero psicológicamente perniciosa en el fondo, que enseñe a los norcoreanos que otro mundo es posible. No solo posible, sino también deseable. Que buena parte del globo no solo hacemos tres comidas al día, sino que estamos hasta hermosotes. No solo eso: también tenemos unas óperas de quitar el "sentío" y, además, las mujeres de vez en cuando nos ponemos minifalda y, los varones, vaqueros prietos. De las bombas atómicas, si les parece bien, mejor hablamos otro día...
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