miércoles, 11 de enero de 2012

Cien años de soledad

Yo, al igual que el gran García Márquez, y que nadie me acuse de plagio por ello, creo que hay familias condenadas a vivir cien años de soledad. Y, tal y como dejaba entrever el maestro de las letras, añadiría: algo habrán hecho.
No me estoy refiriendo a ninguna saga familiar condenada a vivir de la teta del realismo mágico durante décadas, o a despertarse viendo cada mañana un esperpéntico espectáculo, remedo de la genial película Amanece que no es poco. Mi discurso va sobre esas familias, educadas en la abundancia que algunos creyeron eterna y en la que se regodearon generación tras generación, que han puesto especial énfasis en maleducar a unos hijos cuyo único karma es beberse, fumarse y algunos más "arse" el patrimonio de sus ancestros.
Cuando uno ha sido formado en todos los derechos y en ningún deber, es lógico que se crea el rey del mambo. Y también que sea, absoluta, rotunda e irremediablemente insoportable. Como insoportable resulta (para los demás) ir por la vida de merecedor de halagos y fortunas sin haber reunido mérito alguno; creer que las mujeres más guapas y los hombres más apuestos se lanzarán a tus brazos movidos por tu carisma y jamás por tu dinero; pensar que el mundo debe de estar a tu servicio cuando tú nunca has prestado ningún servicio a nadie... y así hasta el hastio. Como decía Jardier Poncela, hay dos formas de conseguir la felicidad: uno, hacerse el idiota, y otro, serlo. Pero hasta el tonto más tonto tiene un día de ésos en los que se levanta lúcido y se da cuenta de que, tal vez, solo tal vez, la vida es una tómbola, tom, tom, tómbola donde él se ha llevado el perrito piloto. Pero que el haber ganado el peluche rosa gigante no garantiza, oh crueldad sin límites, que haya gente con la despreciable costumbre de darte un no por respuesta. Del mismo modo, considero un verdadero mal trago despertarte una noche al lado de otro cuerpo y sentirte incapaz de vivir una vida en pareja porque nadie se ha preocupado jamás de educarte en el respeto ajeno, motivo por el que te has convencido de que tu egoísmo es un don y un regalo de los dioses. ¡Qué pena que los de a pie seamos una raza tan poco evolucionada y no lo entendamos!
No creo que los cachorros de padres ausentes, despreocupados o demasiado ensimismados en asuntos mundanos y en pecados, veniales o no, sean un grupo maldito por naturaleza. Pero sí opino que alimentar el ego y los caprichos de una criatura hasta la desmesura no trae nada bueno. Luego vendrán las adolescencias problemáticas, los traspiés emocionales, el ego desmedido, y el ser incapaz de mirar hacia abajo a no ser para sacarse la pelusilla del ombligo.
Es muy fácil estancarse en el inmovilismo por nacimiento y posición, aunque seas consciente de que ello no te va a aportar madurez alguna. Como ya he dicho muchas veces, no creo que el "dejarte llevar" te conduzca a buen puerto. En todo caso, te teletransportará directo a los antros más dickesianos de los muelles. Y ahí uno está solo ante el peligro. Con ello no quiero decir que todas las familias formadas en la bonanza críen vástagos descarriados, pero sí que tampoco resulta raro comprobar el apego que tienen muchos de los suyos hacia lo bueno, bonito y barato, entendiendo por barato lo que no cuesta esfuerzo conseguir. Líbrenos Dior de hacer referencias, aunque sean vagas, a los "todo a 1 euro".
Pero sí me voy a conceder otra licencia para generalizar. Porque si hay familias condenadas a cien años de soledad, hay pueblos que, de tanto empeñarse en repetir su propia historia, van a acabar convertidos en un Grandes Éxitos de Jarabe de Palo. Tomemos el ejemplo de la España de nuestros dolores: nuevamente un gobierno de derechas, nuevamente unos políticos que prometen el oro y el moro para darnos después carbón del chungo, y nuevamente ese inmovilismo social que nos deja brutos, ciegos, sordomudos, torpe, trastes y testarudos. Hemos asumido que todo va a ir mal, así que, si eso, dejémonos morir lentamente y por inanición, no sea que protestemos y nos finiquiten por la vía rápida. En los últimos meses nos han educado en el callar y tragar y, como criaturas orwellianas, nos sentamos a esperar, imitando sin rubor a los tres monos sabios. Da igual que nos suban el IRPF, nos bajen los sueldos o venga el coco y se nos meriende. De hecho, si ahora nos dicen que nos van a cobrar tasas por dormir la siesta, lo mismo respondemos que vale, que mientras todo sea por el bien del país y la salida de la crisis, ya están tardando en pasarnos la factura tras echar una cabezadita. ¿A que molamos?
"Las estirpes condenadas a cien años de soledad no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra". Mientras tengamos la primera...

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