No lo puede evitar. Últimamente tengo la impresión se ser algo así como la cansina histórica, ese tipo de personaje que pilla un tema y no para de darle vueltas hasta sacarle el lustre. De hecho, la sensación ha llegado a ser tan acusada que incluso he barajado, barajo y barajaré, la conveniencia de abandonar este blog y convertirlo en cápsula del tiempo, para despiporre de las generaciones venideras. Veremos.
El caso es que hoy tenía varios temas rondándome entre ambas orejas y ha sido encender el ordenador y venirme un único nombre a la mente: Cristina. Así, con rotundidad de infanta. Otra vueltecita más por el paraíso de Urdangarín y señora. Y todo gracias a que uno de los grandes debates públicos del nuevo año se circunscribe al tema de si la consorte de Iñaki, e hija del rey de España, conocía o no, consentía o no, los trapicheos de su santo. Como aquí opina hasta Manolo el del Bombo, yo no puedo quedarme atrás y dejar que se me pase el arroz en este embrollo antes de decir lo mío. Mañana, si eso, me pondré otras pilas nuevas y más alcalinas.
Admito que en durante una etapa de mi vida coincidí con la infanta Cristina. En el tiempo y en el espacio. Ya fuera por su testa coronada o por los años que me sacaba, el caso es que mi impresión de entonces (la primera y fundamental) se hubiera podido resumir en dos palabras: "pija" y "distante". Vamos, que no despertó en mí ninguna simpatía ni unas ansias locas de que me invitara a tomar el té en la Zarzuela. Una es así de progre. Y, sin embargo, la pareja que formó con la estrella estrellada del balonmano patrio gustó mucho y la "humanizó": los dos tan altos, tan garbosos, tan rubios, tan universitarios, tan profesionales.... Tras repasar lo que vino después, los más miramos hacia atrás con gesto de burla, mientras los menos insisten en que, a lo mejor, la pobre no sabía con quién emparentaba. No estoy yo tan segura.
Creo firmemente que el éxito de una pareja no está condicionado por el que "nos gusten las mismas cosas" sino por el "pensamos lo mismo acerca de la mayoría de las cosas". Es fundamental que en esta historia de dos haya, además, un estímulo recíproco, de tal manera que ambos mejoren gracias a la presencia del otro en sus vidas, que despierten mutuamente los resortes que les permitan crecer como seres humanos y miembros de una familia, que se empujen el uno al otro para encontrar nuevas inquietudes y ser capaces de descubrir historias distintas, cualidades (también defectos) y misterios diferentes a los de las personas que les rodean habitualmente y cuya presencia cubre huecos tan reconocibles como predecibles. Obsesionarse con conseguir una pareja determinada para, al final, sentirse más cómodo y echarse a dormir es solo el principio del fin; no digo yo que no haya amor, pero habría que analizar si ese sentimiento tan placentero no podría ser manifiestamente mejorable al lado de otr@que saque a la luz esa parte de nuestro ser más especial y auténtica.
Todo ello viene a cuento porque yo sí me creo la pareja Iñaki-Cristina y, por ello, opino que estos son del tipo "pensamos lo mismo acerca de la mayoría de las cosas". Estoy convencida de que la suya es una relación que funciona; que ella fue la que insistió, la que vio claro desde un principio que ahí había un futuro en común y él el que se dejó convencer (no digo yo que el tipo no tuviera dudas en los primeros instantes, incluso años) y que las decisiones las han tomado en común. Ni siquiera se me pasa por la cabeza el que la pareja pagara 52.000 eurazos de hipoteca al trimestre, que empezó costeando ella en su mayoría para luego pasar a apoquinar él, y que la infanta no se preguntara de dónde sacaba su marido para tanto como destacaba. Ni por un momento se me ha ocurrido imaginar que el secretario de doña Cristina estuviera metido en el ajo a espaldas de la infanta; que el matrimonio prestara 400.000 euros al socio de Iñaki y la media naranja de éste no le preguntara a qué venía tamaño dispendio; que nuestra infanta abriera monedero y soltara los 600.000 euros de la reforma del palacete de Pedralbes sin cuestionarse por qué las cuentas de la familia estaban de tan buen ver... y así hasta el infinito.
Es lógico que Iñaki Urdangarín no quiera que su señora se vea incriminada en semejante merdel. Lógicamente impuesto por el suegro también. Pero eso no implica que los demás nos chupemos el dedo, que del bote ya nos gustaría, ya. Pienso en Cristina y, no sé por qué, pienso en Lourdes Arroyo, la primera mujer de Mario Conde (y creo que muy buena persona) que fue testigo del auge y desbarre de su marido, además de su posterior caída. Si vemos las fotos de la peor época de la pareja, la observamos a ella sonriendo, pero con una tristeza infinita y tal parece que una tremenda decepción. Las fotos de Cristina no son así; se la intuye preocupada pero orgullosa, con la cabeza alta, como el que enfrenta acusaciones injustas producto de la envidia. Pues sí, chica, va a ser eso.
Me parece, si mal no recuerdo, que existe una fórmula jurídica que dice algo parecido a que el desconocimiento del delito no te exime de la culpa. Más o menos. Aquí todos van a intentar salvar los muebles en los reales trasteros afirmando aquello tan socorrido de " yo solo pasaba por allí"; pero lo que no podrán borrar serán las firmas, los registros mercantiles, los documentos comprometedores... Y en eso Iñaki no está solo. Desconozco si el papel jugado por Cristina en todo este lío, ideado seguramente por los guionistas de Dos tontos muy tontos, es el de protagonista o extra en las escenas de acción; allá los jueces con sus togas. Pero de lo que sí estoy convencida es de que los espectadores de semejante vodevil ya hemos empezado a actuar como jurado popular, le plazca o no a Juan Carlos I. Y, lo siento, majestad, pero además de indignados estamos con el morbo subido. Ahora solo falta saber quién de los miembros de la pareja es la mente pensante y quién el agradecido consentidor. O, lo que es lo mismo, quién, cual personaje de La Princesa Prometida, le susurra al oído al otro la, para mí, mejor declaración de amor de la historia del cine: "Como desees".
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