Asumo mi total ignorancia sobre temas jurídicos. Recuerdo que, en la universidad, estudié algo de Derecho Civil, algo de Administrativo, algo de Mercantil y bastante de Derecho de la información. Y recuerdo también que no me acuerdo de casi nada. Por eso, este juicio al juez, el trasiego mediático que se trae la actualidad con Baltasar Garzón, me produce un mucho de confusión, algo de indignación y un poquito de hastío. Pero, en mi ignorancia confesa, me siento incapaz de callarme mi opinión. Tal vez porque soy como los niños ésos que salen en los programas de la tele, que hablan de todo aunque no sepan de nada. Yo, más.
De siempre he sido muy fan de la separación de poderes. Creo que es algo necesario y fundamental en cualquier Estado de Derecho. Tal vez debido a ello no puedo dejar de contemplar con ridículo asombro esta especie de endogamia que se da entre poderes, cuando los políticos ejercen de jueces, los jueces de políticos y así sucesivamente.
Es lógico y natural que cada persona tenga sus ideas y su modo de proceder conforme a ellas. Sin embargo, en mi ingenuidad, opino que una cosa es practicarlas en privado y otra exponerlas en público cuando una de las condiciones del desempeño de tu oficio es la objetividad. No entiendo que haya tantas problemas con la sindicación de las fuerzas del orden y se consientan alegremente las asociaciones de jueces agrupados según ideología. Cada vez que las dos grandes fuerzas políticas se juegan a las damas la composición del Tribunal Constitucional se me ponen los pelos como escarpias: "ahora me toca poner a mi juez conservador, así que quitas al tuyo progresista". Cofieso que me daría repelús pensar, no que la persona que me juzga tiene una ideología determinada, sino que esté dispuesta a demostrarla en mis carnes. Ya digo que soy tirando a boba.
Respecto al juez Baltasar Garzón, todavía recuerdo que, en su día, me decepcionó bastante que se metiera en política. Lo que no quiere decir que no me sorprendiera. Según cuentan las malas lenguas, Garzón aceptó la propuesta de Felipe González de presentarse en las listas pensando que, en caso de ganar, le haría ministro de justicia. Ganó, pero se quedó sin premio. Mosqueado e, imagino que ninguneado, el bueno de Baltasar retomó su oficio. Supongo que esto será una práctica habitual, pero un profesional que deja la judicatura por la política, significándose en el camino, para luego volver a ejercer una labor de supuesta imparcialidad, me merece bastantes críticas y pocos halagos.
Aunque reconozco que cada uno puede hacer con su vida lo que quiera y tomar las decisiones que considere oportunas, se me nota demasiado que no me gustan nada los jueces estrellas. Me espanta, por ejemplo, el caso italiano, con magistrados que aceptan gustosos el papel de salvadores de la patria (véase el caso de Di Pietro, pro ejemplo). Y, sin embargo, reconozco empatizar mucho, muchísimo con las causas que defienden. Me pasó con el mencionado Di Pietro y me vuelve a ocurrir con Garzón. Asuntos tan sucios -diría incluso que depravados- como la trama Gürtel, el tema de la Memoria Histórica o el encausamiento de Pinochet, me convirtieron en defensora a ultranza de la gestión de Garzón, tal vez porque los malos eran tan malos que merecían, al menos, vivir ciertos instantes de incomodidad. Y así, a la vista de todos. Pero la cosa se ha enredado tanto que el tema de las causas contra el juez me da, sencillamente, dolor de cabeza.
Hace un tiempo, alguien vinculado al mundo judicial trataba de explicarme por qué estaba ocurriendo lo que ocurría con Baltasar Garzón y la visión que de él se tenía dentro de la judicatura. Sería incapaz de repetir lo que me contó, pero lo entendí perfectamente. En resumen, vino a decir que hubo procedimientos en los que se equivocó claramente; pero el problema no estriba tanto en errar sino en decidir si la magnitud de la equivocación merece esta especie de escarnio mediático al que se le está sometiendo. Aquí juzgamos todos: tribunal, políticos y público.
Es evidente que, a raíz de los coqueteos del magistrado con los socialistas, el empeño en escarbar en el asunto Gürtel hasta torpedear la línea de flotación del PP y otras acciones de semejante cariz, los populares se las tienen jurada al juez mediático. No les gusta un pelo el jienense y tampoco se molestan en ocultarlo. Quienes apoyan a Garzón, sobre todo movimientos relacionados con la izquierda y el antifranquismo, hablan de "linchamiento político". Es posible que se trate de un linchamiento, pero lo que es innegable es que todo este embrollo, lejos de ser un asunto judicial es única, expresa e irrefutablemente, un asunto político. Y tiene toda la pinta de que vamos a perder todos. Se siente...
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