A punto de comenzar en España la edición número 13 de Gran Hermano, va Brig Brother Brasil y la monta. Literal y metafóricamente hablando. Y es que no se puede ser más oportuno ni planeándolo. Para quien el tema realities le traiga al pairo, aquí va un relato, muy resumido, de los hechos: según parece, tras un fiestón de los que suelen organizar las mentes pensantes detrás del programa con el fin de cocer a los concursantes y que éstos den rienda suelta a sus instintos de primates, surgió lo inevitable, definiendo como inevitable aquello que nunca se quiso evitar. Una de las chicas del concurso, Monique, con un pedo mayor que el de Alfredo, se fue a dormir la mona a un dormitorio conocido como La foresta. Ante la visión de la hembra indefensa, y animado por la conversión de agua en vino, la cosa selvática, la nocturnidad y la alevosía, uno de los habitantes, de nombre Daniel, decidió que ya era hora de echar un caliqueño, se tumbó al lado de la bella durmiente y comenzó a demostrarle quién era el príncipe. Así, sin más cuentos. Al parecer, la víctima no se enteró de la misa la media y, al día siguiente, contó en el confesionario que, quitando unos besos, ella no había sentido nada. No sé si esto es bueno o malo.
Todo ello es lo que pareció verse y lo que las cámaras han grabado en una especie de corto erótico que tampoco es un dechado de luces y color. Entre que lo que más se distingue es el verde de la colcha, que el muchacho ya es bastante oscuro de por sí y que los movimientos podrían indicar, yo que sé, desde un autohomenaje hasta una clase altruista de samba, el observador avispado se tiene que dejar llevar más por la suposición que por la evidencia. Y es que si esto es Gran Hermano, cae la noche, vamos como cubas, nos acostamos en la misma cama y seguimos cierto compás, amigos, las pruebas son las que son: ahí ha habido polvo.
La cosa empezó a tomar un cariz tétrico cuando al tal Daniel lo acusaron de violación. La policía entró en la casa en tromba y de Daniel ya solo se recuerda el nombre. Y yo me pregunto: si hay delito, ¿cómo es que los cámaras y todo el personal de guardia aquella noche en la casa de los horrores no se apresuró a socorrer a la inocente dama? Porque si somos testigos de una violación en vivo y en directo, lo lógico es, como mínimo, pedir ayuda. Y no precisamente al altísimo. Quiero suponer que nadie apareció en la casa armado con una faca toledana porque lo que veían no era lo que los demás creímos ver. Quizás jueguen con coordenadas que desconocemos. Eso en el mejor de los casos. En el peor, el supuesto de que fueran consentidores de un asalto sexual a mayor gloria de la audiencia, es como para apagar el ojo que todo lo ve y hacérselo encima... de la cámara.
En Twitter, el asunto ha suscitado un debate que ríase usted del de la nación. El aburrido personal está dividido entre los que piensan que, efectivamente, el acto es constitutivo de delito (la mayoría) y quienes opinan que esto fue una fiesta en la que dos jóvenes se pasaron de la raya y que, mientras la víctima no crea que ha habido una relación sexual no consentida, aquí Sodoma y después Gomorra. Los abogados de las causas perdidas, incluso, se han sacado de la manga una tercera vía: que al pobre Daniel le caerá encima todo el peso de la fama más chunga solo por ser el único mulato de la casa. Es curioso que esta razón se esgrima en un país como Brasil que, durante el siglo XIX y buena parte del XX, se esmeró en hacer creer a la comunidad internacional que jamás había probado la crudeza del racismo. Tanto intentaron predicar con el ejemplo que la UNESCO acudió presta a investigar semejante paraíso, solo para percatarse de que aquello se parecía más a un infierno de andar por casa. De hecho, hubo un tiempo en el que, si tú te declarabas blanco, eras blanco a todos los efectos así tuvieras la piel del color del carbón. No sé cómo estarán las cosas ahora, pero creo que, en el hipotético supuesto de que Obama hubiera nacido en Brasil, no sería considerado negro. Ahí lo dejo.
Entre sexismo, racismo y pasotismo, se nos va la vida contemplando la pantalla del televisión. No sé cómo andará de visitas en youtube el vídeo de autos, pero imagino que éstas deben de crecer a la velocidad de la luz. Y eso que la película no aguanta ni medio Goya: sin diálogo, sin acción, con una iluminación que da como grima, actores que pasan de todo y un argumento de cinta de Cinexin... así no se puede. Esperando a ver cómo resuelve la justicia el entuerto, si es que lo hace (yo abogaría por empapelar a los responsables de la edición carioca o multarles hasta que se les caiga el peluquín), nosotros esperamos nuestro Gran Hermano con fervor catódico. Mientras contamos los minutos, yo le recomendaría al personal que leyera, entre anuncio y anuncio, Crimen en directo, de Camilla Läckberg, donde el enredo televisado conduce al asesinato. Mucho más apasionante que ver si existe o no coyunda entre dos brasileños cuya aspiración es que la gente hable de ellos, aunque sea mal. Por cierto, enhorabuena, chavales.
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