Siempre me ha parecido que James Bond era un fraude. Primero, porque ser agente secreto, a mi parecer, implica un mucho de discreción y anonimato y este tipo, de discreto, tiene lo que yo de reina de la belleza. Segundo, porque sus oponente suelen ser mujeres de muy buen ver, lo cual incide en lo mismo: un pivón no pasa desapercibido tan fácilmente, ergo la cosa se complica cuando debe ir de "misiones". Y tercero, y no menos importante, el fin del mundo no se detiene a base de polvos, aunque a muchos ya les gustaría, ya.
Al margen de que a este hombre el sexo le pierde, he de decir que mi idea de lo que es un agente con licencia para matar (o, por lo menos, ahogar) tiene que ver más con los alegres chavalotes de Standard&Poor's que con don 007 y sus artilugios para no ser visto (coches de supercilindrada; armas que se divisan desde el espacio exterior, etc). Me imagino a este puñado de expertos en economía jugándose a las cartas cuál es el país al que bajarán hoy la nota. Y si no lo hacen con el método de la brisca, seguro que no voy muy desencaminada.
Para empezar, el que una agencia de calificación, financiada con capital privado, decida sobre la economía de los países del mundo mundial sueña a chiste malo de los Morancos. No entiendo que creemos cosas tan absurdas como la ONU y no nos reunamos un día para fundar algo más serio, como una agencia de calificación neutral... en la medida de lo posible. Recordemos que los muy entendidos trabajadores de S&P fueron los mismos que, sin cortarse las venas ni nada, otorgaron la triple A (sí, las misma que acaban de quitar a Francia) a las famosas hipotecas basura que tanto dolor de páncreas nos han dado. Asimismo, esta sesuda agencia concedió la máxima calificación como país solvente a Islandia, justo al mismo tiempo que el país se declaraba en bancarrota. Pero eso no es todo, amigos: resulta que los propios países calificados son los que financian semejante invento del demonio, con lo que no quiero ni imaginar el capital que pueden mover los S&P bajo cuerda. Olé sus millones.
Otra banda de golfos apandadores, llena de personajes dignos de estudio, es Goldman Sachs, uno de los grupos de especulación más grandes del mundo. Sí, el mismo al que Michael Moore, en su película romántica Capitalismo: una historia de amor, acusa de crear y dirigir la crisis para beneficiar a los ricos y dar estopa a los pobres. Encantadores, los muchachos Goldman. Tanto que, por su buen criterio y mejor hacer, a día de hoy dominan el mundo. No voy a repasar la lista de los más avispados, porque, entre otras cosas, no me llegaría una vida, pero sí soltaré algunos nombres de ex trabajadores de Goldman Sachs que dirigen nuestros destinos con manos férreas y mucha vaselina. Tomad nota: William C. Dudley es ahora presidente de la Reserva Federal de Nueva York; Mark Petterson es Jefe de Personal del Departamento del Tesoro de Estados Unidos; Robert Hormas ejerce de Subsecretario de Estado de Economía, Negocios y Agricultura; Mario Draghi es presidente del Banco Central Europeo; Antonio Borges fue director del FMI en Europa hasta prácticamente antes de ayer; Mario Monti es el primer ministro italiano y Lukás Papadimos, el primer ministro griego. Este último no trabajó directamente para Goldman Sachs, pero sí presidió el Banco Central de Grecia en la época en que los Goldman ayudaron al gobierno griego a falsear sus cuentas. Bonito y, sobre todo, muy honrado.
Total, que después de ver cómo se las gastan los agentes de verdad para arreglar el mundo, le he cogido un cariño inusitado a James Bond y esa manía suya de hacer el bien metiéndola donde le llaman. Vale, tengo el defecto congénito de que los hombres trajeados me parecen todos iguales (diferencio mejor a la población asiática), pero prometo hacer un esfuerzo y pillarle el punto. Todo con tal de no pensar más en las manos de quiénes estamos o, mejor, de quiénes nos han puesto. Eso sí es una auténtica pelo de terror.
Aquí dejo una canción para hacer un poco el bien. Por variar, más que nada.
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