No quepo en mí de gozo. Si tuviera que describir mi estado diría que me siento como Bob Esponja después de intercambiar fluidos con el gel Aloe Vera. ¿El motivo? Pues que me enterado de que agentes cibersecretos de Estados Unidos andan metiendo las narices en blogs que no les importan y, qué queréis, a una le ha dado por sentirse importante. ¿Y si se le han jugado a los chinos y les ha tocado vigilar con ojo de halcón este modesto blog? ¿Y si, ahora mismo, sin enterarme, soy sospechosa de subversión y me enchironan cuando me de por viajar a Miami para comprar un disfraz de enfermera despendolada en Collins Avenue? ¡Qué ilusión, madre mía!
Siempre hemos pensado que no somos nadie si no salimos en la tele. Voy a ir un pasito más allá y diré que tu vida vale lo que diez céntimos de euro si no logras que los americanos vengan y hagan una película sobre ella. Da igual que se te haya derretido el córtex cerebral opositado a santo o a asesino en serie; lo que importa es que haya mucha tensión sexual, una buena dosis de drama, gente que quiera ponerse en pelotas aunque al final no lo haga por el bien de la humanidad, espionaje, revelación de secretos y, a ser posible, un pollo de dos cabezas, que siempre queda muy mono. Hoy en día, lo cierto es que esto de ponernos a la CIA en el cogote en cuanto llamas a la puerta de google nos facilita mucho el otrora arduo camino hacia la fama.
La gloria está al alcance de cualquiera, porque no parece que haya detalle de nuestra miserable existencia que desconozca la autoridad competente. Nos controlan en el trabajo, en la escuela, cuando pagamos con tarjeta de crédito, cuando presentamos el documento de identidad electrónico, cuando chateamos... Por no hablar de esas tropemil cámaras, estratégicamente colocada en calles y callejones, que, según parece, velan por nuestra seguridad. El Gran Hermano nos advierte cuándo nos caduca la tarjeta de aparcamiento, en qué momento debemos vacunar a nuestros hijos y sabe si nos han operado de apendicitis en la más tierna infancia. Como para mentir en una entrevista de trabajo. Con semejante panorama, no me extraña que algunos no puedan ni ligar: por mucho que quieras exagerar ciertos aspectos de tu vida (tu "amistad" con Cristiano Ronaldo; el primo segundo ése que tienes viviendo en las Barbados...), al día siguiente, el objeto de tu deseo entra en Internet y se te cae el teatrito. Si es que ya no nos dejan ni exagerar. Con lo que nos gusta a los españoles cargar las tintas...
Me parece bien el que a Estados Unidos le apetezca saber con quién nos cruzamos emails. Tan bien como les tiene que sentar a ellos el que se la metamos doblada. Porque, señores míos: con toda su tecnología, trajes de Armani y gafas RayBan, les recuerdo que Wikileaks, una red de amiguetes con muchas ganas de fastidiar, les dejó con el culo al aire hasta hace bien poco. Y que hubo que recurrir a cuestionamientos éticos, maniobras jurídicas y sobornos mediáticos para que la lengua viperina de los wikis no llenara de mierda el Capitolio. Lo mismo se puede decir de otras actividades sociales que surgieron cuando quienes nos espían estaban a sus cosas: contemplando la final de la Super Bowl o entusiasmándose con las minifaldas de las chicas de Gossip Girl. Si no, no se explica cómo estos señores y sus colegas de la TIA no supieron prever, por ejemplo, el asunto 15M. Vale, todos hemos salvado los muebles tildando al movimiento de "espontáneo", pero es que ningún movimiento social es espontáneo. Nadie va con dos amigos, se pone a gritar en una esquina, a los cinco minutos se le suma una muchedumbre y juntos toman la Bastilla y decapitan al rey. Detrás de toda acción social hay una organización que, ya sea a la luz del día, o de forma soterrada, ha trabajado durante tiempo en pro de unos objetivos.
Hace poco más de dos años, un sociólogo español predijo que algo fuerte se estaba cociendo en España. Que, a pesar del inmovilismo que se nos achacaba, la tradición del movimiento okupa y el éxito de ciertos grupos antiglobalización, emprendiendo acciones incluso en el extranjero, presagiaban que un fuerte acontecimiento social estaba a punto de producirse. Y no creo que este hombre haya sido bendecido por el noble arte de la videncia. Tan solo observó y vio lo que otros, con toda su tecnología, sus infiltrados y su soberbia no pudieron, ya no ver, que a lo mejor sí, sino medir.
Así que, amigos, está claro que, por muchos que nos observen, como dicen en México, "caras vemos, corazones no sabemos", y que todos tenemos derecho a ser tan apocados en público como subversivos en la intimidad. Que espíen, que controlen, que acechen... ellos en su papel de Mortadelo y Filemón con trajes de Milano (perdón, señor Camps) y nosotros a lo nuestro. En este Matrix de andar por casa todos somos Neo.
Y, aprovechando que todavía no me ven y que aún (creo) no soy una "sujeta" peligrosa, como diría Bibiana Aído, a los vigilantes que hurgan en nuestras privacidad mi más espléndido y cariñoso... corte de mangas.
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