En estos dos días, ya fuera por una cosa o por otra, he tenido que oír bastantes cotilleos sobre alguien que así, a bote pronto, me importa un carajo. Una de esas personas que se ha labrado con ganas, tiempo y, sobre todo, mucho mérito, una enorme y oscura mala reputación.
Desde mi perspectiva de ser humano que de vez en cuando piensa, hasta hace algunos años me resultaba casi increíble que pudiera existir un ente así: carente totalmente de empatía, sin ningún talento, con unas deficiencias culturales absolutamente abrumadores, una falta total de escrúpulos y unas ganas de figurar que, a mi parecer, resultaban digna compañía de esa imagen de persona intrascendente, vanal y absolutamente prescindible que puede llegar a proyectar. Pero hete aquí que apareció ella, con todas sus merecidas inseguridades, su mala educación y sus nulas capacidades, dispuesta a trastocarme la vida. A mí y a unos cuantos. Porque, cuando crees que la estupidez humana ha alcanzado ya su límite, mediante un atrevido juego de astutos malabares, va y lo supera. Un segundo personaje, tan hueco como este animal casi irracional, tuvo la ocurrencia de ponerle a dirigir equipos, algo así como meter un caníbal a dar clases de cocina en una guardería. No voy a entrar a detalles porque no vienen al caso, pero el argumento de esta historia de guerra sin paz es muy fácil de imaginar.
Uno se hace una opinión muy clara de las personas que pasan por su vida. He de reconocer que, a veces, equivocada. Pero incluso en estos últimos supuestos, más temprano que tarde abrimos los ojos y nos damos cuenta de que las joyas que veíamos no son más que un deforme amasijo de baratijas. Sin embargo, el caso que nos ocupa no engaña a nadie. De hecho, con el tiempo, no he conocido a una sola persona (y estoy hablando de un número elevado de gente) que tenga una palabra amable para este diamante bruto. Ni una referencia a la inteligencia de la que presume, a la generosidad de la que alardea, al sex-appeal que dice tener... Al parecer, nadie ha reparado en estas tres características sino más bien en la falta de ellas. Tanto así que dudo que, ahora mismo, aparte de su familia, ningún ser humano le guarde el más mínimo cariño; ni siquiera los que se dicen sus amigos, cuyo único mérito es arrimarse al sol que más calienta sin protección.
Esta persona se ha labrado su mala reputación con muchas ganas. Y lo que me llama la atención es que no se de cuenta de la aversión que despierta en quien la ve. Que no sea capaz de entender que, el que la mira a los ojos, no está viendo la cara de Dios sino la de Godzilla. Ahí sigue, tan campante, creyéndose capaz de encantar a las serpientes y resucitar a las plantas, teniéndose en posesión de la verdad, la eficacia y los dones físicos e intelectuales que jamás le han acompañado ni le acompañarán.
Muy a mi pesar, me han llegado noticias de que, en el último mes, ha tenido algunas trabas judiciales de los que no ha salido, digámoslo, feliz. Ya hay que ser torpe porque, al menos, una de ellas podría haber sido un paseo (es lo que ocurre cuando te enfrentas a alguien capaz de rivalizar contigo en cualidades positivas). Pero, claro, si te rodeas de gente igual de mema, no puedes esperar que las autoridades, que van a lo suyo, reparen en la maravilla que crees ser. Hay personas que se limitan a realizar su trabajo y no tienen la obligación de hacer la pelota. Ni ellas ni, por lo visto, nadie con la cabeza medianamente bien amueblada.
Pero ahí sigue la estrella de este post, reputando y disfrutando de la protección de no se sabe quién, derivada de no se sabe qué. Y creyéndose que el mundo le profesa admiración y cariño sincero. No dudo que los dueños de las plantaciones pensaban lo mismo respecto a sus esclavos: después de todo, les daban comida y un mugriento techo bajo el que criar a esa ristra de sucios mocosos ¿no? Es de bien nacido ser agradecido. Tampoco me extrañaría que más de uno y una, ahora mismo, sufriera un profundo aborregamiento y ya no reparara en semejante demostración de vacío e idiotez. La vida es así de loca y de todos es sabidos que muchos de los esclavos, una vez liberados, no supieron qué hacer nunca con su libertad ni consiguieron recuperar la capacidad de pensar. Control mental, que le llaman.
No me gusta ninguno de los actores de esta opereta sin gracia y mucho menos verme obligada a pensar en ellos de vez en cuando; sobre todo en aquellos secundarios que me mandan mensajes por terceros para que vea lo bien que les va la vida y lo mucho que están saboreando el haberme puteado tanto y tan bien. Me producen dolor de muelas. Por eso mismo, quiero aligerar un poco el tema y no me resisto a terminar sin hacer hincapié en que, con lo que cuesta ganarse una reputación, no entiendo cómo algunos acaban frivolizando con ella. Me refiero, por ejemplo, a don Eduard Punset a quien tanto respeto profiero... a veces. Señor Punset, me resistí a decirlo en su día pero se lo digo ahora: no le hacía falta anunciar pan. Y menos con una escenografía tan pobre. A ningún mozo de varoniles pensamientos se le ocurre presentarse con unas cuantas rebanadas en la casa de una mujer, sobre todo si en ella conviven tres jamelgas de buen ver. Esas hembras están a sus afeites, no le podrían aguantar ni medio discurso y, por supuesto, el único tomate que habría en los alegres juegos de salón sería el de la ensalada. Porque ésa es otra: ¿de verdad cree usted que semejantes pivones se dedican a la ingesta de pan en su horas libres? Hombre, por Dios....
P.D.: Gracias a Lupe por ponerle un final con miga a la historia. Como ves, aprovecho hasta la corteza..
En todos los curros cuecen habas... y en el mio a calderadas!!
ResponderEliminarSegún dice mi psicólogo hay personas cuyo medio natural es el fango, y se aprovechan de que a nosotros nos de asco siquiera pensar en meter un dedo en el.
salud y suerte,
Buena teoría la del fango. Estamos muy poco acostumbrados a las peleas sucias, las de barro, y, lógicamente, tenemos todas las de perder en un hábitat que para otros resulta natural. Nuestra ventaja es que de todo se aprende.
Eliminar